22 de septiembre de 2025 a las 10:00
México: Un Recuerdo Imborrable
Un escalofrío recorre la Ciudad de México cada 19 de septiembre. No solo por el recuerdo de la tierra temblando, sino por la memoria colectiva que se activa, un eco que resuena con la fuerza de la solidaridad y la indignación. Cuarenta años del sismo de 1985 y ocho del de 2017, dos fechas que marcan un antes y un después en la historia de la capital. Más allá del recuento de pérdidas materiales y humanas, emerge la profunda transformación social y política que gestaron estos eventos. No se trata solo de movimientos telúricos, sino también de movimientos sociales que, como réplicas de la tierra, reconfiguraron el tejido urbano y la conciencia ciudadana.
La respuesta tardía e insensible de las autoridades en 1985 fue la chispa que encendió la llama de la organización popular. Ante la adversidad, la sociedad civil se levantó con una fuerza inusitada. Donde el gobierno veía espacios para plazas públicas, la gente veía hogares destruidos, vidas truncadas y la necesidad imperante de reconstruir. No se trataba solo de ladrillos y cemento, sino de reconstruir la dignidad y el futuro. De las ruinas emergieron decenas de organizaciones populares, unidas por el dolor pero también por la esperanza. La gente salió a las calles, no a pedir limosna, sino a exigir sus derechos. El rescate y la reconstrucción se convirtieron en una tarea colectiva, un acto de resistencia y de autogestión.
Universitarios, psicólogos, trabajadores sociales, arquitectos, dejaron las aulas y los despachos para sumarse a la causa. La solidaridad no conocía de clases sociales ni de profesiones. El centro de la capital, habitualmente escenario del poder político y económico, se convirtió en el epicentro de la lucha social. A diferencia del movimiento urbano popular de los años 70, que se desarrolló en la periferia, esta vez la lucha se libraba en el corazón mismo de la ciudad, interpelando directamente al poder establecido.
De esta efervescencia social nació la Coordinadora Única de Damnificados, un crisol de uniones populares, damnificados, inquilinos y vecinos. Un símbolo de esta época fue la emblemática figura de Súper Barrio, un héroe popular que encarnaba la fuerza y la resiliencia de la gente.
Muchos jóvenes, entre ellos yo, nos sumamos a las brigadas de rescate y apoyo. Recuerdo mi experiencia en la colonia Doctores, junto a compañeros del Instituto de Comunicación y Educación Popular. Ahí, en medio del caos y la destrucción, formamos la Unión de Vecinos de la Colonia Doctores. Nombres como Germán Hurtado, Guillermo Flores, Gabriel Ledezma, mi hermana Lenia, y muchos otros, resonaban en las asambleas y en las calles.
Aprendimos a organizar, a hablar en público, a movilizar, a proponer, a luchar. Un año después, esa experiencia nos llevó a participar en la creación del Consejo Estudiantil Universitario, defendiendo la gratuidad de la educación.
El sismo de 1985 y el movimiento estudiantil de 1986-87 fueron dos afluentes que confluyeron en la insurgencia cívica de 1988, con la figura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Estos movimientos transformaron la correlación de fuerzas en la Ciudad de México y en el país.
El terremoto de 1985, más allá de la tragedia, provocó otro terremoto, social y político. Un terremoto que derribó estructuras autoritarias, democratizó la ciudad e impuso una agenda social que sigue vigente hasta nuestros días. La memoria de aquellos días nos recuerda la importancia de la organización, la solidaridad y la participación ciudadana. Un recordatorio de que, incluso ante la mayor adversidad, la fuerza de la gente puede transformar la realidad.
Fuente: El Heraldo de México