22 de septiembre de 2025 a las 09:15
Génesis
La tensión se podía cortar con un cuchillo. El tintineo de los cubiertos contra la porcelana se mezclaba con el murmullo tenso de las voces, creando una atmósfera cargada de electricidad. Aquella comida, disfrazada de encuentro informal, se revelaba como una batalla estratégica por el control de puntos neurálgicos del país. El aroma de la comida, cuidadosamente preparada, se perdía en el aire, eclipsado por el peso de las palabras y las intenciones ocultas.
Los rostros de Urzúa, Peralta y Jiménez Espriú reflejaban una mezcla de incredulidad y preocupación. La propuesta, lanzada como una granada en medio de la mesa, resonaba en sus oídos con la fuerza de una amenaza velada. ¿Seguridad nacional? ¿Acaso la experiencia y el conocimiento civil no eran suficientes para gestionar puertos y aduanas? La idea de entregar el control a las Fuerzas Armadas les parecía un salto al vacío, un precedente peligroso que podría tener consecuencias devastadoras.
La negativa de Jiménez Espriú había sido rotunda, un dique contra la marea militarista que amenazaba con inundar las instituciones civiles. Su “no” resonó en la sala como un desafío, un acto de resistencia ante la presión ejercida por Durazo, Ojeda y Sandoval. Pero la maquinaria ya estaba en marcha, y la presión se intensificaba. Urzúa y Peralta, siguiendo el ejemplo de Jiménez Espriú, se unieron al frente de resistencia, convirtiéndose en objetivos a silenciar.
La comida terminó con un sabor amargo en la boca. La cordialidad inicial se había evaporado, dejando al descubierto la profunda grieta que separaba a ambos bandos. Aquel encuentro, lejos de ser un espacio de diálogo y consenso, se convirtió en el preludio de una lucha de poder que marcaría el destino del sexenio.
El tiempo, implacable juez, ha ido desvelando las consecuencias de aquella decisión. Las sombras de la corrupción y los negocios ilícitos se proyectan sobre las figuras de quienes impulsaron la militarización de puertos y aduanas. Los nombres de Ojeda, Sandoval y Durazo, otrora adalides de la seguridad nacional, ahora se ven envueltos en una maraña de sospechas y escándalos.
Mientras tanto, el destino de quienes se opusieron a la militarización se tiñó de tragedia. Urzúa, tras su renuncia, falleció, dejando tras de sí un legado de honestidad y compromiso con el servicio público. Peralta y Jiménez Espriú, apartados del poder, se convirtieron en testigos silenciosos del desmoronamiento de los ideales que defendieron.
Aquella comida, aparentemente trivial, se convirtió en un símbolo del poder y la corrupción, una metáfora de las luchas internas que marcaron un sexenio. La historia, como un espejo implacable, refleja las consecuencias de las decisiones tomadas en la intimidad del poder, recordándonos que la verdadera fortaleza reside en la transparencia y el respeto a las instituciones. El eco de aquella comida, cargada de tensiones y agendas ocultas, sigue resonando en los pasillos del poder, un recordatorio constante de los peligros de la ambición desmedida y la falta de escrúpulos. La pregunta que queda en el aire es: ¿cuántas comidas similares, con consecuencias devastadoras para el país, se habrán celebrado en la opacidad del poder?
Fuente: El Heraldo de México