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22 de septiembre de 2025 a las 09:35

Elba Esther: ¿Víctima o victimaria?

El sistema educativo mexicano, un gigante con pies de barro, se tambalea bajo el peso de sus propios rezagos. Aulas sin maestros, maestros sin salario, escuelas que se caen a pedazos y programas educativos que parecen sacados de un manual de propaganda política. En este escenario desolador, emerge la figura de Rosa Gabriela Gordillo Díaz, Coordinadora de Primarias de la SEP, no como una luz de esperanza, sino como un sombrío recordatorio de los vicios que carcomen las entrañas de la educación pública.

13.9 millones de estudiantes, casi 14 millones de futuros en ciernes, dependen del buen funcionamiento de las 88 mil primarias que se extienden a lo largo y ancho del país. Es una responsabilidad titánica, una tarea que exige liderazgo, visión y, sobre todo, compromiso. Sin embargo, desde la oficina de Gordillo Díaz, lo que resuena no es el eco de la planificación estratégica ni el murmullo de la innovación pedagógica. No. Lo que se escucha son gritos, insultos, el eco sordo del acoso laboral.

Los testimonios, convertidos en un coro de denuncias, pintan un retrato desolador. Un clima laboral tóxico, un ambiente de terror donde el miedo y la humillación son el pan de cada día. ¿Cómo es posible que quien ostenta un cargo de tal envergadura, quien tiene en sus manos la formación de millones de niños, se permita ejercer el poder a través del abuso y la prepotencia? ¿Cómo puede alguien que siembra miedo cosechar aprendizaje?

Mientras la Coordinadora de Primarias se enfrasca en sus arrebatos de histeria, la realidad de las escuelas primarias mexicanas se torna cada vez más sombría. Más de 120 mil docentes ausentes en las aulas, miles de maestros con salarios atrasados hasta por tres meses, un 40% de las escuelas sin servicios básicos como agua, drenaje o electricidad. Son datos, cifras frías que esconden historias de frustración, de abandono, de un sistema que ha olvidado su propósito fundamental: educar.

¿Y la Coordinadora? Parece ajena a esta realidad, ensimismada en su propio pequeño reino de terror. La pregunta es obligada: ¿cómo llegó Rosa Gabriela Gordillo Díaz a ocupar un puesto de tanta relevancia? La respuesta, lamentablemente, no sorprende. No por méritos propios, no por una trayectoria impecable, sino por la gracia del poder, por el favor político. Más de 20 años en el sistema educativo, pero una experiencia que, en lugar de traducirse en sabiduría y capacidad, parece haberla transformado en una burócrata más, aferrada a un puesto cómodo y bien remunerado.

La educación en México no puede seguir siendo rehén de los caprichos del poder, del clientelismo político. Necesitamos líderes auténticos, comprometidos con la formación de las nuevas generaciones, capaces de construir un futuro digno para millones de niños. No necesitamos burócratas que confunden liderazgo con autoritarismo, que utilizan su poder para humillar en lugar de inspirar.

La nueva administración federal tiene la oportunidad de marcar un punto de inflexión. Limpiar la casa, erradicar la corrupción y el amiguismo, son pasos indispensables para recuperar la credibilidad en el sistema educativo. Revisar casos como el de Rosa Gabriela Gordillo Díaz no es una opción, es una obligación. El futuro de la educación, el futuro de México, no puede estar en manos de la histeria y el abuso de poder. Es tiempo de actuar, es tiempo de exigir un cambio. El futuro de nuestros niños está en juego.

Fuente: El Heraldo de México