La lluvia torrencial que azotó Puerto Vallarta el 19 de septiembre se convirtió en el escenario de una escena que pudo haber terminado en tragedia. Imaginen la Plaza Las Glorias, usualmente vibrante y llena de vida, transformada en un río improvisado. El agua, embravecida por la tormenta, corría con fuerza por las calles, convirtiendo un simple descenso del autobús en una peligrosa aventura. En medio de este caos, una familia de cuatro personas se enfrentaba al desafío de llegar a tierra firme. Uno a uno, fueron descendiendo con cautela, sorteando la corriente que amenazaba con arrastrarlos. Pero la tranquilidad se rompió en un instante.

Justo cuando una abuelita, con pasos lentos y vacilantes, intentaba bajar del autobús, las puertas se cerraron de golpe y el vehículo arrancó. La imagen, capturada en un video que rápidamente se viralizó en redes sociales, es impactante. La mujer, sorprendida por la repentina partida del autobús, pierde el equilibrio y cae al agua, en medio de la fuerte corriente. El grito de los presentes, una mezcla de horror e indignación, se elevó por encima del rugido de la tormenta. Pasajeros y peatones, testigos de la imprudencia del conductor, comenzaron a gritarle con desesperación, intentando que detuviera el autobús antes de que ocurriera una desgracia. La abuelita, con dificultad, luchaba por ponerse de pie, mientras el agua la golpeaba sin piedad.

La escena, que se desarrolló en cuestión de segundos, deja un amargo sabor de boca. ¿Cómo es posible que en medio de una situación de emergencia, la falta de atención de un conductor ponga en riesgo la vida de una persona mayor? Según declaraciones recogidas por medios locales, el chofer argumentó que no vio a la abuelita debido a que los espejos retrovisores estaban empañados por la lluvia. Una justificación que, si bien puede explicar lo sucedido, no lo excusa. La prudencia y la responsabilidad son fundamentales, especialmente en condiciones climáticas adversas. Este incidente nos recuerda la importancia de redoblar la precaución al volante, de asegurarnos de que todos los pasajeros hayan descendido del vehículo antes de reiniciar la marcha, y sobre todo, de priorizar la seguridad de los peatones, especialmente de aquellos más vulnerables.

Este caso, que afortunadamente no terminó en tragedia, debería servir como una llamada de atención tanto para las autoridades de transporte público como para los propios conductores. Es necesario implementar medidas que garanticen la seguridad de los pasajeros, desde la capacitación constante de los choferes hasta la revisión y mantenimiento adecuado de las unidades. Asimismo, es crucial fomentar una cultura de respeto y responsabilidad en el transporte público, donde la vida y la integridad de las personas sean siempre lo primero. La solidaridad de los presentes, que no dudaron en auxiliar a la abuelita y exigir al conductor que detuviera el autobús, demuestra que la sociedad está dispuesta a velar por el bienestar de sus miembros. Esperemos que este incidente sirva para que situaciones similares no se repitan en el futuro y que las calles de Puerto Vallarta, y de todas las ciudades, sean un espacio seguro para todos. La pregunta que queda en el aire es: ¿qué medidas se tomarán para evitar que una situación como esta vuelva a ocurrir?