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20 de septiembre de 2025 a las 09:20

Prepárate para los Sismos

El tiempo, ese río incesante que todo lo arrastra, a veces nos deja varados en remolinos de confusión. Como Melitón, en el relato de Rulfo, nos preguntamos si fue el año pasado, el antepasado, o cuándo exactamente la tierra se estremeció bajo nuestros pies. Y es que la memoria, caprichosa, a menudo nos juega malas pasadas, difuminando los contornos de lo vivido, mezclando fechas y sucesos como un caleidoscopio. Pero hay eventos que, por su magnitud, se graban a fuego en la memoria colectiva, dejando una huella imborrable en la historia. El terremoto del 85, aquel fatídico 19 de septiembre, es uno de ellos. Cuarenta años han pasado, y aún resuena en el corazón de los mexicanos el eco del temblor, el crujir de los edificios, el polvo que lo cubría todo como un sudario. Dos minutos que se hicieron eternos, una sacudida que no solo derrumbó estructuras, sino que también resquebrajó la aparente solidez de la vida cotidiana.

La tierra, ese gigante dormido sobre el que caminamos, a veces despierta con furia. La ciencia, con su lenguaje preciso, nos explica el porqué de estos fenómenos: rupturas y fracturas en las rocas, movimientos telúricos que liberan una energía descomunal. Zoltan Czerna, con la claridad de un experto, nos recuerda que estos temblores, los sismos, son parte del proceso de formación de nuestro planeta, un recordatorio constante de que la Tierra está viva, en constante transformación. Y es que, como decía Heráclito, "todo fluye, nada permanece".

Imaginemos a la Marquesa Calderón de la Barca, en su elegante residencia en el México del siglo XIX, sintiendo cómo el suelo se ondula bajo sus pies. La misma sensación de vértigo, de irrealidad, que experimentaron millones de mexicanos siglos después. Su testimonio, plasmado en sus cartas, nos transporta a ese momento de pánico, al rezo apresurado de los criados, a la sensación de mareo que persiste después del temblor. Una experiencia compartida a través del tiempo, un hilo invisible que une a quienes han vivido la furia de la tierra.

Incluso antes de la conquista, los antiguos mexicanos eran conscientes del poder devastador de los terremotos. Moctezuma, el último tlatoani, consultaba a sus sabios, buscando respuestas en los presagios, tratando de comprender las fuerzas de la naturaleza que escapaban a su control. Porque el miedo a lo desconocido, a la tierra que tiembla, es una constante en la historia de la humanidad.

Y así, a través de los siglos, los relatos se entrelazan, las voces del pasado se unen a las del presente, recordándonos la fragilidad de nuestra existencia, la ineludible presencia de la naturaleza y su poder sobre nosotros. El terremoto del 85, las cartas de la Marquesa, las preguntas de Melitón, todos forman parte de un mismo relato, la historia de una tierra que tiembla, y de la gente que, una y otra vez, se levanta, reconstruye, y sigue adelante.

Fuente: El Heraldo de México