19 de septiembre de 2025 a las 04:35
Recuperan oro de joya faraónica fundida
La sombra del saqueo se cierne una vez más sobre el legado milenario de Egipto. Un tesoro invaluable, un brazalete de oro y lapislázuli que susurraba historias de faraones y dioses, ha sido silenciado para siempre. Su brillo, que sobrevivió al paso de los siglos, se apagó en el crisol de la avaricia, reducido a lingotes de oro sin alma. Imaginen la delicada artesanía de la Dinastía XXI, el reinado de Amenemope, plasmada en cada esfera de lapislázuli, en cada curva del oro. Imaginen su viaje a través del tiempo, desde la cripta del rey Psusenes I en Tanis, donde descansaba junto a Amenemope, desplazado tras el saqueo de su tumba original, hasta las vitrinas del Museo de El Cairo, guardianes de la memoria de Egipto. Un viaje truncado por la codicia.
La traición se gestó en el corazón mismo de la institución encargada de proteger este patrimonio: el Museo de El Cairo. Una restauradora, cuyo nombre aún resuena con la amargura de la decepción, abusó de su posición de confianza, rompió el juramento implícito de preservar la historia y se convirtió en la artífice de esta pérdida irreparable. Con acceso a las áreas restringidas, sustrajo el brazalete de la caja fuerte del laboratorio de restauración, donde se preparaba para viajar a Roma y formar parte de la exposición internacional "Tesoros de los Faraones". Un destino de admiración y estudio transformado en un trágico final.
La trama se extendió como una mancha de aceite, involucrando a un joyero, un comerciante de orfebrería y un fundidor de oro. Unos 180 mil libras egipcias, una cifra irrisoria comparada con el valor histórico del brazalete, fue el precio inicial de la traición. La cifra aumentó a 194 mil libras en la siguiente transacción, un cruel recordatorio de que la historia puede ser comprada y vendida, fundida y olvidada, por unos pocos dólares.
El Ministerio del Interior ha confirmado la detención de los cuatro implicados. Las confesiones, si bien ofrecen un cierto cierre a la investigación, no devuelven la pieza perdida. La justicia egipcia, con todo el peso de la ley, se prepara para aplicar las sanciones correspondientes. Siete años de prisión y multas millonarias por la destrucción de antigüedades, e incluso la cadena perpetua por el robo con fines de contrabando, son las posibles consecuencias. Pero, ¿qué castigo puede ser suficiente ante la pérdida de un tesoro irremplazable?
La historia del brazalete de Amenemope se convierte en un símbolo, un grito desesperado ante la vulnerabilidad del patrimonio cultural. Un recordatorio de la importancia de la vigilancia constante, de la ética profesional y del respeto por la historia. Un llamado a la reflexión sobre el verdadero valor de las antigüedades, no como objetos de comercio, sino como testigos silenciosos del pasado, fragmentos de un puzzle que nos ayuda a comprender quiénes somos y de dónde venimos. Un brazalete de oro y lapislázuli, silenciado para siempre, nos deja una lección que resuena con la fuerza de un eco en las cámaras funerarias de los faraones: la historia no tiene precio.
Fuente: El Heraldo de México