19 de septiembre de 2025 a las 09:40
Domina sin remordimientos
La maquinaria de la desinformación se puso en marcha una vez más, y como engranajes bien aceitados, los nombres de siempre volvieron a la escena: Adela Micha, Maite Azuela, Claudio Ochoa, Loret de Mola, Héctor de Mauleón. Un elenco recurrente en la tragicomedia de la manipulación mediática que busca, con avidez voraz, desestabilizar y confundir. Ayer, el blanco fue la Presidenta Claudia Sheinbaum y su supuesta fractura con el Presidente López Obrador, una narrativa tejida con hilos de especulación y alimentada por la insinuación maliciosa de Adela Micha. ¿Dónde está hoy su rectificación? ¿Dónde la valentía para asumir su error con la misma vehemencia con la que propagó la falsedad? Ausente, como suele suceder. El silencio se convierte en cómplice, la omisión en una nueva forma de mentir.
Porque en ciertos círculos periodísticos, la verdad parece ser un accesorio opcional, un detalle menor que puede sacrificarse en el altar del sensacionalismo. La disculpa, una palabra casi proscrita, un acto de debilidad imperdonable. Se escudan en la "libertad de expresión", un escudo protector que utilizan para justificar la difamación, para lanzar dardos envenenados y luego esconder la mano. Confunden la libertad de informar con la libertad de inventar, de construir realidades alternativas donde la verdad es moldeable a sus intereses.
La Presidenta Sheinbaum, con la contundencia que la caracteriza, desmontó la farsa: ningún hijo del Presidente López Obrador está involucrado en las investigaciones de la Marina. Un dato crucial, omitido convenientemente por quienes buscan sembrar la discordia. Más aún, recordó que fue durante el gobierno actual que se denunció el huachicoleo fiscal, un detalle que desmantela la narrativa de la supuesta complicidad. No solo mienten, sino que manipulan la cronología de los hechos, distorsionan la historia para ajustarla a sus fines.
Maite Azuela, otro nombre en la lista de la desinformación, se sumó al coro de la especulación, opinando sobre Andrés Manuel López Beltrán sin siquiera haber leído la carta pública donde él mismo desmiente categóricamente las acusaciones. Un ejemplo más de la ligereza con la que se maneja la información, de la falta de rigor periodístico que impera en ciertos sectores. La prisa por la primicia, la obsesión por el clic fácil, los ciega ante la responsabilidad que conlleva el poder de la palabra.
Y en este escenario de manipulación, emerge la figura de Claudio Ochoa, el aprendiz de Loret de Mola, dispuesto a heredar el trono de la mentira. Su estrategia es simple: lanzar la piedra y esconder la mano, difundir la falsedad y esperar a que se viralice, sin asumir jamás las consecuencias de sus actos. Un ciclo vicioso que se repite una y otra vez, contaminando el debate público y erosionando la confianza en los medios.
Loret de Mola, el maestro de la manipulación, se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Sus disculpas son tan frecuentes que han perdido todo significado, un ritual vacío que no repara el daño causado. Sus mentiras se han vuelto tan evidentes que son objeto de burla en las redes sociales. Y mientras tanto, sus discípulos, como Ochoa, replican su método, perpetuando la cultura de la desinformación.
Héctor de Mauleón, con su estilo sibilino, insinúa la culpabilidad de los hijos del Presidente, para luego, tímida y casi imperceptiblemente, admitir que la información podría ser falsa. Un juego de ambigüedades que busca sembrar la duda, manchar reputaciones sin ensuciarse las manos. La verdad, relegada a un segundo plano, escondida entre líneas, como si fuera un secreto vergonzoso.
Este es el modus operandi de la maquinaria de la desinformación: lanzar la mentira con megáfono y susurrar la verdad. El daño ya está hecho, la semilla de la desconfianza sembrada. Y la corrección, si llega, lo hace tarde y en voz baja, incapaz de contrarrestar el impacto de la falsedad.
Por eso, la crítica no puede limitarse al poder político. Debe alcanzar también a quienes ejercen el poder mediático, a quienes tienen la responsabilidad de informar con veracidad y objetividad. Exigirles responsabilidad no es censura, es un acto de defensa de la verdad, un derecho de todos los ciudadanos. La libertad de expresión no ampara la mentira. Y quienes la utilizan como escudo para difamar, deben saber que la sociedad está atenta, dispuesta a confrontar la manipulación y a exigir la verdad.
Fuente: El Heraldo de México