18 de septiembre de 2025 a las 09:10
Sana la ternura en tu niño interior
La masculinidad, ese complejo entramado de expectativas y comportamientos, se encuentra bajo un escrutinio cada vez más intenso. Jacob Tobia, en su nueva obra "Antes de que fueran hombres", nos propone un giro radical en la forma en que abordamos esta cuestión. En lugar de centrarnos en la supuesta omnipotencia masculina, Tobia nos invita a mirar hacia atrás, a la infancia, y a preguntarnos: ¿qué ocurre cuando a los niños se les niega la ternura?
Lejos de ofrecer un manual o un manifiesto, Tobia nos presenta una provocación, una hipótesis inquietante: si realmente queremos cambiar a los hombres, primero debemos aprender a cuidarlos. Esta premisa, aparentemente simple, nos lleva al corazón mismo del problema. Mucho antes de que los hombres alcancen la edad adulta y hereden los privilegios que el feminismo con razón critica, son niños sometidos a un sistema que castiga la vulnerabilidad, reprime la intimidad y ofrece la violencia como moneda de cambio para la aceptación social. El niño que llora es reprendido, el que habla con ternura es observado con recelo, el que sufre aprende a ocultar su dolor. Para cuando llega a la adultez, la lección está aprendida: sentir es peligroso.
No se trata, aclara Tobia, de excusar el daño que los hombres causan. El objetivo es cambiar el lenguaje del debate. Términos como "masculinidad tóxica" o "privilegio masculino", si bien necesarios, pueden convertirse en etiquetas que simplifican en exceso una realidad compleja. No se niega la existencia de una ventaja estructural, pero se cuestiona si la vergüenza es el camino para desmantelarla. La apuesta de Tobia es la compasión, no el desprecio.
Es una apuesta arriesgada, sin duda. En un contexto marcado por escándalos de acoso, misoginia política y radicalización online, hablar de empatía hacia los hombres puede generar suspicacias. ¿Por qué ofrecer consuelo a quienes históricamente han ostentado el poder? La respuesta de Tobia es incómoda, pero contundente: la empatía no es un premio que se otorga tras la redención; es la condición necesaria para que la transformación sea posible.
La fuerza del libro reside en los ensayos que se anclan en la memoria y el detalle. Tobia describe con crudeza el humor cruel de la adolescencia, la superficialidad de las amistades que giran en torno a los deportes, los códigos tácitos que convierten a los niños en guardianes de su propia represión. Con una prosa vívida, explora las complejidades de la imagen corporal masculina, esas economías de vergüenza construidas alrededor de la apariencia y los genitales, temas raramente abordados en el discurso público. Estos relatos no buscan absolver, sino iluminar el costo que la hombría impone a quienes se ven obligados a interpretarla.
Si bien en algunos momentos la obra se adentra en terrenos especulativos, con propuestas imaginativas pero quizás un tanto endebles para reformular la cultura incel o reescribir los guiones sexuales, incluso estos desvíos revelan la ambición del proyecto: imaginar una masculinidad desligada de la conquista, una hombría capaz de abrazar la suavidad sin recurrir al castigo.
La perspectiva única de Tobia, como autor no binario, le permite situarse en los márgenes del género, al mismo tiempo dentro y fuera de la masculinidad, familiarizado con su peso pero libre de sus mitos. Desde esta posición privilegiada, puede observar las absurdidades que el resto damos por sentadas: la glorificación de la guerra como rito de iniciación, la persistencia de la idea de que la dureza equivale a honor, la soledad enmascarada de estoicismo.
El riesgo, por supuesto, es confundir empatía con absolución. Tobia es consciente de esta tensión y reafirma la importancia de la responsabilidad. Sin embargo, insiste en que el desprecio es un camino sin salida. Si el único lenguaje que utilizamos para hablar de los hombres es el del asco, el asco será lo único que ellos aprendan a expresar. "Antes de que fueran hombres" no pretende resolver el enigma de la masculinidad, sino ofrecer un cambio de tono. Nos recuerda que el amor, por arriesgado e inmerecido que parezca, es la herramienta más disruptiva que tenemos. Mirar a los niños antes de que se endurezcan en hombres, imaginarlos de otra manera, no es sentimentalismo, sino una demanda radical. El libro, sin duda, generará controversia, pero su provocación central merece ser considerada: ¿y si la ternura que nos negamos a dar a los niños es la misma que podría salvarnos a todos?
Fuente: El Heraldo de México