El aire aún se siente pesado en el Puente de la Concordia, un peso que no es solo del humo que se disipó hace días, sino de la tragedia que se aferra a cada rincón. Una semana ha transcurrido desde la explosión que desgarró la tranquilidad de Iztapalapa, dejando un saldo de 20 vidas apagadas y una comunidad con el corazón en pedazos. Los altares improvisados, con sus flores marchitas y veladoras parpadeantes, se han convertido en el testimonio silencioso del dolor colectivo. No solo vecinos de la zona, sino personas de todo el Estado de México y la Ciudad de México se han acercado a este lugar, ahora sagrado por la pérdida, para ofrecer una oración, una flor, un susurro de consuelo.

El Rosario resonó en la tarde, un canto de esperanza en medio de la desolación, una plegaria por las almas que partieron de forma tan abrupta. Las historias de quienes perecieron bajo el puente, los checadores, los vendedores, los que agilizaban el tránsito, aquellos que la calle había convertido en su hogar, se entrelazan con el recuerdo de los vecinos. El señor Felipe Ramírez, habitante de Lomas de Zaragoza, relata con voz entrecortada cómo la comunidad se unió en oración, con especial énfasis en aquellos que la sociedad a menudo invisibiliza. Su testimonio es un llamado a la empatía, un recordatorio de que detrás de cada víctima hay una historia, una familia, un vacío irreparable.

La tragedia ha desnudado una realidad dolorosa: la vulnerabilidad de quienes viven en situación de calle. De las 20 víctimas, al menos cuatro se encontraban sin hogar, según las cifras preliminares del secretario de Gobierno, César Cravioto. Dos nombres emergen de entre las sombras: Omar Alejandro García Escorsa, quien falleció en el Hospital General Regional 197 Texcoco tras ser atacado, y Abril Díaz Castañeda, quien lucha por su vida en estado crítico. Sus historias, marcadas por la adversidad, nos interpelan como sociedad. ¿Cómo llegamos a este punto? ¿Qué podemos hacer para que nadie tenga que llamar a la calle su hogar?

La búsqueda de identidad para las otras dos víctimas sin hogar continúa. La Fiscalía, encabezada por Bertha Alcalde, ha solicitado la colaboración ciudadana para identificar a un hombre de entre 40 y 50 años, posiblemente llamado Gilberto Aarón o Gustavo Hernández López, quien falleció en el Hospital de Traumatología y Ortopedia de Magdalena de las Salinas. También buscan a una joven mujer, entre 15 y 25 años, cuyo nombre podría ser Giovanna. Su cuerpo, marcado por una cicatriz de cesárea y varios tatuajes, entre ellos un corazón atravesado por una rosa en la espalda baja, clama por un nombre, por una historia, por una familia que la reclame.

La Fiscalía ha habilitado la línea telefónica 55 53 45 50 80 para recibir cualquier información que pueda ayudar a identificar a estas dos víctimas. Cada detalle, por pequeño que parezca, puede ser la pieza clave para devolverles su nombre, su dignidad, y permitir que sus familias puedan, finalmente, llorar su pérdida. El Puente de la Concordia se ha convertido en un símbolo de la fragilidad de la vida, pero también de la solidaridad que surge en los momentos más oscuros. La esperanza, aunque tenue, persiste en cada veladora encendida, en cada flor depositada, en cada oración susurrada al viento. La comunidad se aferra a la promesa de justicia y a la reconstrucción, no solo del puente, sino del tejido social quebrado por la tragedia. El camino es largo, pero la memoria de las víctimas iluminará el sendero.