18 de septiembre de 2025 a las 04:50
Explosión en Iztapalapa: 8 heridos graves
El silencio pesa más que las carpas. Hace una semana, el estruendo y el fuego devoraban el puente de la Concordia; hoy, la quietud se adueña del espacio, rota apenas por el murmullo de los médicos y enfermeras que entran y salen del hospital Rubén Leñero. Ocho camas, ocho historias de lucha y dolor, permanecen ocupadas por los sobrevivientes de la tragedia. Ocho vidas que se aferran a la esperanza, envueltas en vendas y bajo la atenta mirada de los profesionales de la salud.
La carpa de la Secretaría de Bienestar e Igualdad Social, blanca y solitaria, contrasta con el gris del asfalto. Ofrece un refugio, un espacio para el desahogo, la información y el apoyo a las familias que, hace apenas unos días, veían sus vidas destrozadas por la explosión. La unidad móvil del Ministerio Público, aparcada a un costado, se convierte en el símbolo de la búsqueda de justicia, de respuestas ante una tragedia que ha dejado una herida profunda en la ciudad.
Veinte nombres. Veinte vidas truncadas. El número, frío e implacable, resuena en el aire, recordándonos la magnitud de la pérdida. Veinte familias que se enfrentan al vacío, al dolor inconsolable de la ausencia. Sus historias, sus sueños, sus risas, se desvanecieron en un instante, dejando un silencio ensordecedor.
Treinta y un corazones latiendo entre el dolor y la esperanza. Treinta y un personas que luchan por recuperarse, por sanar las heridas físicas y emocionales que dejó la explosión. En diferentes hospitales de la ciudad, médicos y enfermeras trabajan incansablemente, librando una batalla contra el tiempo y las adversidades.
La ausencia de familiares en las inmediaciones del Rubén Leñero no significa olvido, ni desapego. Quizás sea el agotamiento, la necesidad de un respiro, el deseo de procesar el dolor en la intimidad del hogar. O tal vez, simplemente, sea la confianza en el equipo médico, la certeza de que sus seres queridos están recibiendo la mejor atención posible.
La ciudad llora, pero también se levanta. La solidaridad se ha manifestado en donaciones, en apoyo emocional, en la unión de una comunidad que se niega a ser vencida por la tragedia. El camino hacia la recuperación será largo y doloroso, pero la esperanza, como una pequeña llama, se mantiene encendida. La esperanza de que, de entre las cenizas, surja la fuerza para reconstruir, para sanar, para recordar a las víctimas y honrar su memoria. La esperanza de un futuro donde tragedias como esta no vuelvan a repetirse.
Fuente: El Heraldo de México