18 de septiembre de 2025 a las 17:40
El mono borracho: ¿Te pareces?
Imagine a nuestros ancestros primates, mucho antes de la agricultura, recorriendo las selvas en busca de alimento. El sol tropical maduraba las frutas en las ramas, y en ese proceso natural de maduración, algo mágico ocurría: la fermentación. Las levaduras, microorganismos invisibles al ojo, transformaban los azúcares de la fruta en alcohol, un elixir que, sin saberlo, marcaría la historia de nuestra especie. Este proceso, que hoy entendemos gracias a la ciencia, impregnaba las frutas con un aroma particular, una señal olfativa que atraía irresistiblemente a nuestros parientes primates. No se trataba de una búsqueda consciente de la embriaguez, sino de una estrategia de supervivencia. El olor a etanol, ese componente principal del alcohol, era sinónimo de fruta madura, de una fuente rica en energía vital.
Este escenario, que durante mucho tiempo fue una hipótesis conocida como la "teoría del mono borracho", ahora cobra fuerza gracias a un estudio reciente. Investigadores han observado a chimpancés en Uganda y Costa de Marfil consumiendo diariamente frutas fermentadas con concentraciones de alcohol que, aunque parezcan bajas (entre 0.3% y 0.4%), representan, considerando la cantidad de fruta que ingieren, el equivalente a dos o tres copas de vino para un humano. No es que los chimpancés busquen emborracharse, sino que, al igual que nuestros ancestros, se benefician de las calorías y azúcares presentes en estas frutas maduras, impulsados por ese aroma a fermentación que les indica dónde encontrar el mejor alimento.
Durante décadas, se creyó que la relación del ser humano con el alcohol se remontaba a unos 9,000 o 13,000 años, con el desarrollo de la agricultura y la fermentación de granos. Sin embargo, este nuevo estudio nos lleva mucho más atrás en el tiempo, a un pasado prehistórico donde la supervivencia dependía de la capacidad de encontrar las fuentes de energía más eficientes. La afinidad por el alcohol, por lo tanto, no sería una costumbre cultural reciente, sino un rasgo profundamente arraigado en nuestra historia evolutiva, una herencia de aquellos primates que aprendieron a asociar el aroma del etanol con la promesa de una comida nutritiva.
Incluso a nivel genético encontramos evidencias de esta larga relación. Tanto humanos como chimpancés y gorilas compartimos mutaciones en enzimas como la alcohol deshidrogenasa (ADH), que nos permiten metabolizar el alcohol de manera más eficiente. Esta adaptación, presente en varias especies de primates, refuerza la idea de que el consumo de frutas fermentadas ha sido una constante a lo largo de nuestra historia evolutiva.
Es importante destacar que este descubrimiento no justifica el consumo excesivo de alcohol. Si bien la atracción por el etanol tiene raíces evolutivas, el contexto actual es radicalmente diferente. En el pasado, el alcohol se presentaba en pequeñas dosis, de forma natural en las frutas. Hoy en día, las bebidas alcohólicas tienen concentraciones mucho mayores y su consumo excesivo puede tener consecuencias negativas para la salud. La clave, como en tantos aspectos de la vida, está en el equilibrio.
Así que la próxima vez que disfrutes de una copa de vino o una cerveza, recuerda que ese gusto, ese placer, tiene un origen ancestral, un eco de aquellos primates que, guiados por el aroma de la fermentación, encontraron en las frutas maduras el sustento necesario para sobrevivir. Es una historia fascinante que nos conecta con nuestro pasado y nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el alcohol, una relación que ha evolucionado a lo largo de millones de años.
Fuente: El Heraldo de México