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18 de septiembre de 2025 a las 18:35

Alerta Sísmica: ¿Por qué no siempre suena?

El 19 de septiembre de 1985, un terremoto de magnitud 8.1 sacudió la Ciudad de México, dejando una cicatriz imborrable en la memoria colectiva. A pesar de no ser el epicentro del sismo, la capital sufrió una devastación inimaginable. Este evento catastrófico, con miles de fallecidos y desaparecidos, se convirtió en el catalizador para la creación de un sistema de alerta temprana sin precedentes: la Alerta Sísmica, la primera de su tipo en el mundo.

Irma, ama de casa, recuerda vívidamente la angustia de ese día. En medio de la ducha, el temblor la sorprendió. Instintivamente, buscó refugio con sus tres hijos dentro de su vivienda en Nezahualcóyotl, rezando con fervor mientras el mundo a su alrededor parecía desmoronarse. Jorge Mendoza, en su ruta de trabajo, presenció el colapso de bardas y el estremecimiento de los postes de luz. El sonido de las ambulancias y la policía resonó durante todo el día, un recordatorio constante de la tragedia que se había desatado.

Las autoridades del entonces Distrito Federal, en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), comenzaron a buscar soluciones para mitigar el impacto de futuros sismos. Así nació el Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (CIRES), bajo la dirección del ingeniero Juan Manuel Espinoza Aranda. El CIRES, con el apoyo del Fondo para la Reconstrucción y el Conacyt, se dedicó a la investigación científica y al desarrollo de tecnología para la instrumentación sísmica. Su objetivo: advertir a la población con la mayor anticipación posible.

En 1989, cuatro años después del terremoto, el CIRES desarrolló el Sistema de Alerta Sísmica de la Ciudad de México (SASMEX). Sin embargo, la primera vez que sonó una alerta sísmica no fue en la capital. En 1991, con la instalación de 12 estaciones del CIRES en la costa de Acapulco, Guerrero, se activó la alerta ante un sismo en la región, marcando un hito histórico. Este sistema, pionero en el mundo, se basó en la premisa de que la velocidad de propagación de las ondas de luz es superior a la de las ondas sísmicas, lo que permite una valiosa ventana de tiempo para la alerta.

El doctor Raúl Valenzuela Wong, investigador del Departamento de Sismología del IGEF-UNAM, explica que la devastación en la Ciudad de México en 1985 se debió, en gran parte, a las características del suelo. Construida sobre el antiguo Lago de Texcoco, la ciudad se asienta sobre sedimentos arcillosos que amplifican las ondas sísmicas. A pesar de la distancia de 350 kilómetros al epicentro, la amplificación del movimiento telúrico por el suelo lacustre resultó fatal.

El sistema de alerta sísmica ha evolucionado significativamente desde sus inicios. Con la tecnología actual, el CIRES cuenta con una red de 100 sensores distribuidos desde Bahía de Banderas hasta el Istmo de Tehuantepec. Cuando un sismo supera la magnitud 5, los datos de las estaciones se suben a la nube, alertando a los estados cercanos.

Más allá de la tecnología, la educación y la preparación son cruciales. El ingeniero Espinoza Aranda enfatiza la importancia de saber qué hacer ante un sismo, incluso si la alerta no suena. El Segundo Simulacro Nacional 2025, con la implementación de la alerta en teléfonos móviles, es un paso importante en la concientización y preparación de la población. La Alerta Sísmica, nacida de la tragedia, se ha convertido en un símbolo de resiliencia y un recordatorio constante de la importancia de la prevención.

Fuente: El Heraldo de México