17 de septiembre de 2025 a las 09:30
¿Será destino o casualidad?
La sombra del populismo se cierne amenazante, susurrando promesas de igualdad y prosperidad mientras teje una red de control y miseria. Observemos con atención el espejo de Venezuela y Cuba, donde la utopía prometida se ha transformado en una distopía palpable. Ciudades sumidas en la oscuridad, no por falta de recursos, sino por la ineficiencia y la corrupción que corroen los cimientos de la nación. Anaqueles vacíos, reflejo de una economía devastada por la intervención estatal y la falta de incentivos a la producción. Niños hurgando entre los desechos, buscando el sustento que el Estado les niega, un testimonio desgarrador de la falacia del "bienestar social".
Las mujeres, otrora símbolo de esperanza y progreso, se ven reducidas a meros instrumentos de un sistema opresor, su individualidad aplastada bajo el peso del racionamiento y la escasez. La promesa de igualdad se desvanece en el aire, reemplazada por la cruda realidad de la supervivencia diaria. La educación, pilar fundamental de cualquier sociedad, se desmorona, dejando a las futuras generaciones a la deriva, sin las herramientas necesarias para construir un futuro mejor. La salud, derecho humano fundamental, se convierte en un privilegio inaccesible para la mayoría, mientras los hospitales se deterioran y la atención médica escasea.
Las industrias, otrora motores de la economía, son expropiadas y llevadas a la ruina por la ineptitud de la gestión estatal. La maquinaria productiva se oxida, silenciada por la falta de inversión y la corrupción rampante. El secuestro de las instituciones y del sistema electoral perpetúa el ciclo vicioso del poder, anulando cualquier posibilidad de cambio democrático. La voz del pueblo es silenciada, ahogada por la maquinaria propagandística del régimen.
Los líderes populistas, con su retórica incendiaria y sus promesas vacías, se erigen como salvadores de la patria, mientras en realidad son los artífices de su destrucción. Se disfrazan de humanistas y benefactores, pero sus acciones revelan su verdadera naturaleza: tiranos que se aferran al poder a costa del sufrimiento de su pueblo.
La migración masiva, ese éxodo desesperado de millones de personas que huyen de la miseria y la opresión, es la prueba irrefutable del fracaso del modelo populista. Venezolanos y cubanos, abandonando sus hogares en busca de un futuro digno, son el testimonio viviente de las consecuencias devastadoras de las políticas demagógicas y la corrupción.
Los aparatos de control, como las Misiones Bolivarianas en Venezuela, se disfrazan de programas sociales, pero en realidad son mecanismos de adoctrinamiento y control social. La ayuda se condiciona a la lealtad al régimen, creando una dependencia perversa que perpetúa el ciclo de la pobreza. Los programas de asistencia social en Cuba, con sus libretas de racionamiento y sus escasas ayudas, mantienen a la población en un estado de precariedad permanente, sin posibilidad de progreso real.
El endeudamiento desmedido, la inflación galopante, la regulación excesiva y los impuestos confiscatorios son las herramientas que utilizan los gobiernos populistas para asfixiar la economía y concentrar el poder. El discurso de odio contra los empresarios y los generadores de riqueza divide a la sociedad y destruye el tejido productivo.
La experiencia de Cuba, con su economía en bancarrota y su alto índice de desempleo, es un claro ejemplo de las consecuencias de la intervención estatal y la falta de libertades económicas. La mayoría de la población depende del Estado, que controla prácticamente todas las actividades económicas, perpetuando un ciclo de dependencia y pobreza.
Debemos estar alerta, observar con atención las señales de alarma y aprender de las lecciones del pasado. El populismo es una amenaza latente, una serpiente que se disfraza de ángel para seducir y luego devorar. No permitamos que la historia se repita. Defendamos la libertad, la democracia y la prosperidad, antes de que sea demasiado tarde.
Fuente: El Heraldo de México