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17 de septiembre de 2025 a las 16:30

¿Qué fue de Juan Ángel tras la tragedia?

La pesadilla para la familia Bonilla parece no tener fin. El eco de la explosión del pasado 10 de septiembre en el Distribuidor Vial de La Concordia, en Iztapalapa, aún resuena en sus vidas, llevándose consigo no solo la tranquilidad, sino también el pilar que sostenía a la familia. Las imágenes de la pipa, cargada con 49 mil litros de gas LP, impactando contra el muro de contención, volcando y explotando, son una herida abierta en la memoria colectiva. Diecinueve vidas se apagaron en ese instante, entre ellas la de Juan Carlos Bonilla Sánchez, un hombre que, con el cuerpo marcado por las quemaduras, aún tuvo la fuerza de dar testimonio del horror vivido, una entrevista que hoy se ha convertido en un desgarrador recordatorio de la tragedia.

En ese video, que recorrió las redes sociales con la velocidad del fuego, Juan Carlos, con la voz quebrada pero firme, describía la escena dantesca: "Hay gente que se quedó adentro de sus carros, te lo juro, niños, los niños gritaban bien feo". Sus palabras, cargadas de dolor e impotencia, dibujaban un panorama desolador. A su lado, su hijo Juan Ángel, de 21 años, complementaba el relato con la mirada perdida, aún en shock por lo vivido. Padre e hijo, unidos por el lazo irrompible de la sangre y la tragedia, se convirtieron en el rostro del sufrimiento de tantas familias afectadas.

Hoy, Juan Ángel lucha por su vida en el Hospital Rubén Leñero. Las quemaduras, aunque menos severas que las de su padre, han dejado profundas huellas en su cuerpo y en su alma. Don Apolonio, abuelo del joven y testigo mudo del dolor que ha desgarrado a su familia, se aferra a la esperanza de la recuperación de su nieto, mientras recuerda con angustia la imagen de su hijo Juan Carlos, el comerciante que con su trabajo diario sustentaba a su esposa e hijos. La pérdida de Juan Carlos no solo deja un vacío imposible de llenar en el corazón de sus seres queridos, sino también una profunda incertidumbre sobre el futuro.

Mientras tanto, en el mismo hospital, otros pacientes luchan por sobrevivir. Erick Acevedo, el conductor del microbús que quedó reducido a cenizas, y Abril Díaz, una mujer que caminaba por la zona en el momento de la explosión, se debaten entre la vida y la muerte, recordándonos la magnitud de la tragedia. La muerte de Fernando Soto Munguía, el chofer de la pipa, añade otra capa de complejidad a este doloroso suceso, dejando interrogantes sobre las causas del accidente y la responsabilidad de las autoridades en la prevención de este tipo de tragedias.

La explosión en Iztapalapa no es solo un hecho aislado, es un reflejo de la vulnerabilidad a la que estamos expuestos en la ciudad. Es un llamado urgente a la reflexión sobre la seguridad y la prevención de riesgos, sobre la necesidad de implementar medidas más estrictas para el transporte de materiales peligrosos y sobre la importancia de fortalecer los sistemas de emergencia para responder de manera eficaz ante este tipo de situaciones. La solidaridad con las víctimas y sus familias es fundamental en estos momentos, pero también lo es la exigencia de justicia y la búsqueda de soluciones para que tragedias como esta no vuelvan a repetirse. La herida de Iztapalapa aún sangra, y es responsabilidad de todos trabajar para que cicatrice y que la memoria de las víctimas sirva para construir un futuro más seguro.

Fuente: El Heraldo de México