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17 de septiembre de 2025 a las 09:30

Intercambia la piel de cordero por la de león

La sombra de la polarización se extiende sobre el siglo XXI, oscureciendo el horizonte del diálogo y la comprensión. Nos hemos convertido en habitantes de cámaras de eco, donde los muros resuenan con la repetición incesante de nuestras propias ideas, convirtiendo la disidencia en un eco lejano e imperceptible. En este escenario, la figura del mentor se yergue como un faro en la tormenta, un guía que puede ayudarnos a navegar las turbulentas aguas de la intolerancia y el dogmatismo. Pero, ¿cómo enseñar en una época en la que la verdad se fragmenta en mil pedazos, cada uno reclamado como el único y verdadero?

El desafío es titánico. Como ilustra la película Leones por Corderos, de Robert Redford, la apatía se ha instalado en las aulas, un virus silencioso que corroe la curiosidad y el deseo de aprender. Los estudiantes, abrumados por el espectáculo circense de la política y la asfixiante realidad económica, se cuestionan la utilidad del conocimiento, la posibilidad de un futuro mejor. La pregunta del alumno resuena con la fuerza de la desesperanza: "¿Si Sócrates, Platón y Aristóteles no pudieron cambiar el mundo, por qué yo habría de lograrlo?". Es el eco de una generación que ha perdido la fe en el poder transformador de la educación, en la capacidad del individuo para influir en su entorno.

La película de Redford nos presenta una fábula del desencanto, un reflejo de los errores que, como humanidad, seguimos cometiendo. La "marcha de la locura", como la denominó Barbara Tuchman, se perpetúa en guerras libradas en nombre de la libertad, que solo conducen al fracaso y al despilfarro de recursos. El sacrificio de jóvenes, como el afroamericano y el mexicano que se alistan en el ejército buscando una salida a su precaria situación, pone de manifiesto la profunda desigualdad que alimenta el desencanto y la desesperanza. Se aferran a la promesa de una vida sin deudas, de un ascenso social que parece inalcanzable por otros medios. Son corderos conducidos al sacrificio por los leones del poder, aquellos que se benefician de la perpetuación del conflicto y la desigualdad.

Ante este panorama desolador, la pregunta crucial es: ¿cómo contagiar la esperanza? ¿Cómo evitar que la degradación del debate público nos arrastre a la apatía y la resignación? La respuesta, aunque compleja, reside en la capacidad de cultivar el pensamiento crítico, de fomentar el diálogo constructivo y de promover la empatía. El mentor, en este contexto, no es un simple transmisor de conocimientos, sino un facilitador del aprendizaje, un guía que acompaña al estudiante en su proceso de descubrimiento y construcción de su propia visión del mundo.

Ezra Klein, al reflexionar sobre el asesinato del activista Charlie Kirk, subraya la importancia fundamental de la tolerancia y el respeto en una sociedad democrática. "La base de la sociedad libre es la capacidad de participar en política sin miedo a la violencia", afirma. El gusto por el desacuerdo, lejos de ser un defecto, es una virtud que enriquece el debate público y nos permite avanzar hacia soluciones más justas y equitativas.

La educación del siglo XXI debe trascender la mera acumulación de información y enfocarse en el desarrollo de habilidades cruciales para la convivencia democrática: la escucha activa, el pensamiento crítico, la argumentación razonada y la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Solo así podremos romper las cadenas de la polarización y construir un futuro más esperanzador, un futuro en el que los corderos se conviertan en leones, capaces de defender sus derechos y construir un mundo más justo para todos. El reto es inmenso, pero la recompensa, la construcción de una sociedad más libre y democrática, bien vale la pena el esfuerzo.

Fuente: El Heraldo de México