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17 de septiembre de 2025 a las 19:35

Auxilio en Iztapalapa: Piel quemada y gritos desesperados

El estruendo aún retumba en los oídos de Yazmín Romero, un eco fantasmal que la persigue desde aquel fatídico miércoles. No fue el sonido de la explosión en sí lo que la marcó, sino el silencio que le siguió, un silencio denso, interrumpido por los gritos desgarradores de quienes, en un instante, vieron sus vidas transformadas en un infierno de fuego y metal retorcido. Junto a su esposo, acudió a la zona del desastre impulsada por un instinto visceral de ayudar, sin imaginar la escena dantesca que se desplegaría ante sus ojos. El olor acre del gas se mezclaba con el del metal quemado y, lo que es peor, con el inconfundible aroma de la carne humana calcinada. No eran solo los cuerpos, ennegrecidos e irreconocibles, lo que la atormenta; eran los fragmentos, los restos dispersos de vidas truncadas: una mano aquí, un pie allá, dedos esparcidos como macabras semillas en el asfalto. Cada paso que daba era una tortura, una danza macabra sobre los vestigios de la tragedia.

Yazmín recuerda con una precisión dolorosa cómo la piel de los heridos se desprendía al tocarlos, como si fueran de papel. La desesperación en sus rostros, la súplica muda en sus ojos, son imágenes que se han grabado a fuego en su memoria. Junto a su esposo, lograron subir a cuatro personas a su auto, cuatro almas que se aferraban a la vida con la tenacidad de la desesperanza. Los trasladaron al hospital con la urgencia que la situación demandaba, pero el destino, cruel e implacable, ya había escrito su sentencia. Los cuatro fallecieron en el trayecto, un peso insoportable que Yazmín y su esposo llevan ahora sobre sus hombros.

La veladora que Yazmín depositó en el altar improvisado bajo el Puente de la Concordia no es solo un símbolo de duelo, es un grito silencioso de impotencia, una plegaria por las almas que partieron de forma tan abrupta y por aquellos que aún luchan por sobrevivir, marcados física y emocionalmente por la tragedia. Es una pequeña luz en medio de la oscuridad, un tenue rayo de esperanza en un escenario desolador.

La investigación sigue su curso, buscando respuestas en medio del caos. Las autoridades han descartado un bache como causa del accidente, apuntando a una falla en uno de los casquetes del tanque de gas. Sin embargo, más allá de las explicaciones técnicas, lo que queda es el dolor, la incertidumbre y la profunda herida que este evento ha dejado en la comunidad de Iztapalapa. La historia de Yazmín Romero es solo una entre muchas, un testimonio desgarrador que nos recuerda la fragilidad de la vida y la importancia de la solidaridad en momentos de crisis. Es un llamado a la reflexión, una invitación a valorar cada instante y a tender la mano a quienes nos rodean, porque en un abrir y cerrar de ojos, todo puede cambiar.

Mientras las autoridades continúan investigando las causas del accidente, la comunidad se une para sanar las heridas, tanto físicas como emocionales. Se organizan colectas para ayudar a las familias afectadas, se ofrecen servicios de apoyo psicológico y se realizan vigilias en memoria de las víctimas. La solidaridad se convierte en un bálsamo, un abrazo colectivo que intenta reconstruir lo que el fuego destruyó. El camino hacia la recuperación será largo y arduo, pero la fuerza del espíritu humano, demostrada en la valentía de personas como Yazmín Romero, es la llama que ilumina la esperanza de un futuro mejor. Un futuro donde la memoria de las víctimas se convierta en un motor para la prevención y la seguridad, para que tragedias como esta no vuelvan a repetirse.

Fuente: El Heraldo de México