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16 de septiembre de 2025 a las 05:20
¡Viva Álvaro Obregón! Festejos patrios.
El aroma a pambazos recién hechos se mezclaba con el perfume de las flores de cempasúchil que adornaban la explanada de la alcaldía Álvaro Obregón. Desde las dos de la tarde, un hormigueo de anticipación recorría a los presentes, una energía palpable que crecía con cada minuto que acercaba la noche. Las familias, con niños correteando entre las piernas de los adultos, se agrupaban alrededor del escenario improvisado, ansiosas por el espectáculo que estaba por comenzar. Los más pequeños, con sus caritas pintadas con los colores patrios, miraban con ojos brillantes a los bailarines del Ballet Folklórico Xquenda, quienes con sus trajes multicolores y movimientos llenos de gracia, abrían el festejo con la fuerza y la alegría de la tradición.
No era simplemente una presentación, era un recordatorio vibrante de la riqueza cultural de México, un homenaje a las raíces que nos unen. Cada zapateo, cada giro, cada sonrisa de los bailarines resonaba en el corazón de los espectadores, despertando un sentimiento de orgullo y pertenencia. Los aplausos, primero tímidos, se convertían en una ovación atronadora que acompañaba el ritmo contagioso de la música.
Y la fiesta apenas comenzaba. Tras la elegancia y la precisión del ballet folklórico, el danzón invitaba a las parejas a deslizarse por la pista, reviviendo la época dorada de los salones de baile. Los compases del mariachi, con su potencia y sentimiento, calentaban aún más el ambiente, preparando el terreno para la llegada de la Sonora Dinamita de Lucho Argaín y Xiu García. La explanada, que momentos antes era un hervidero de gente expectante, se transformaba en una pista de baile improvisada. Los pies se movían al ritmo de la cumbia, las caderas se mecían con sensualidad, las sonrisas se ampliaban y la alegría se desbordaba en cada rincón.
El ambiente festivo se complementaba con el festín culinario que ofrecía la verbena popular. El olor a pambazos fritos, a chicharrón crujiente y a quesadillas derretidas inundaba el aire, tentando a los asistentes con sus delicias. Las familias se reunían alrededor de los puestos, compartiendo risas y antojitos, creando recuerdos que perdurarían mucho después de que terminara la celebración.
Pero la noche aún guardaba muchas sorpresas. La magia de un Show de Marionetas prometía cautivar a chicos y grandes, transportándolos a un mundo de fantasía y color. La música de la orquesta típica continuaría alimentando el espíritu festivo, mientras que el mariachi, con sus serenatas apasionadas, añadiría un toque de romanticismo a la velada. Y como broche de oro, la esperada presentación de Yaguarú, la promesa de bailar hasta el amanecer.
El momento culminante llegaría con la aparición del alcalde Javier Casarín en el balcón de la alcaldía. El repique de la campana, un eco del grito de Dolores, resonaría en la noche, marcando el inicio de la celebración de la Independencia. Los fuegos artificiales, con su explosión de luz y color, pintarían el cielo de la Ciudad de México, un espectáculo que simboliza la fuerza y la vitalidad de un país que celebra su libertad. Y mientras Yaguarú hacía vibrar la explanada con su música, la fiesta continuaría hasta la madrugada, una celebración inolvidable de la identidad y el orgullo mexicano. Una noche llena de tradición, música, color y sabor, una noche que quedaría grabada en la memoria de todos los que tuvieron la fortuna de vivirla.
Fuente: El Heraldo de México