El silencio sepulcral que ahora reina donde una vez se alzaba el Hospital San Rafael contrasta dramáticamente con los gritos que, según testimonios, resonaban entre sus muros. El eco de aquellos lamentos, mezclados con rezos y el zumbido de aparatos médicos, permanece latente en la memoria colectiva, alimentando una leyenda que se resiste a morir. El relato de Mario Cantú, publicado en "El Día", es solo una pieza de este macabro rompecabezas. Su experiencia, marcada por el terror de los electrochoques no consentidos y la atmósfera opresiva de rituales religiosos, dibuja un cuadro desolador de lo que ocurría tras las puertas del San Rafael. Imaginen la escena: un joven, desorientado y vulnerable, sometido a tratamientos brutales mientras figuras encapuchadas recitan oraciones en un lenguaje que le resulta incomprensible. La imagen, estremecedora, nos obliga a cuestionar la delgada línea que separa la curación de la tortura.

Pero la historia del San Rafael va más allá del sufrimiento individual. Se habla de un malestar colectivo, una atmósfera impregnada de un terror palpable. Trabajadores y pacientes, atrapados en ese laberinto de pasillos lúgubres, susurraban historias de apariciones espectrales, sombras que se deslizaban por las paredes y susurros inaudibles que helaban la sangre. ¿Eran producto del miedo, de la sugestión colectiva, o acaso se trataba de algo más? La incertidumbre, como una niebla espesa, se cernía sobre el hospital, alimentando una paranoia que se contagiaba como un virus.

La desaparición de los cuatro jóvenes que se atrevieron a explorar el edificio abandonado añade una capa aún más oscura a este relato. Armados con cámaras y grabadoras, buscaban pruebas de lo paranormal, ansiosos por desentrañar los misterios que se ocultaban tras los muros del San Rafael. ¿Qué encontraron en su incursión nocturna? ¿Fue su curiosidad lo que los condenó? La ausencia de respuestas solo aviva las especulaciones, transformando su historia en una advertencia para aquellos que se atreven a desafiar lo desconocido. Sus grabaciones, fragmentos de una realidad aterradora, sirvieron de inspiración para la película de Abe Rosenberg, perpetuando así la leyenda del San Rafael en la gran pantalla.

Aunque las excavadoras hayan reducido el hospital a escombros, su historia se niega a desaparecer. Como un fantasma persistente, se manifiesta en los relatos de quienes vivieron su horror, en los rumores que circulan por la ciudad y en el recuerdo de aquellos cuatro jóvenes que se adentraron en sus entrañas y nunca regresaron. La leyenda del San Rafael, tejida con dolor, misterio y lo sobrenatural, sigue viva, recordándonos que algunos lugares guardan secretos que es mejor dejar enterrados. ¿Se atreverías a investigar más a fondo? ¿O prefieres mantenerte a salvo, lejos de las sombras del San Rafael? La decisión, como siempre, es tuya.