16 de septiembre de 2025 a las 09:45
Enciende tu futuro
El debate sobre la libertad de expresión en las universidades se ha intensificado en los últimos años, generando una profunda polarización. Lo que antes se consideraba un santuario para el intercambio de ideas, un espacio donde la diversidad de pensamiento era no solo tolerada sino fomentada, parece estar transformándose en un campo de batalla ideológico. Muchos argumentan que la hipersensibilidad actual, combinada con la corrección política y el auge de movimientos como el “wokismo”, está sofocando el debate intelectual y limitando la libertad académica.
La búsqueda de la inclusión, un objetivo loable en sí mismo, ha desembocado, paradójicamente, en nuevas formas de exclusión. Se observa una creciente tendencia a silenciar voces disidentes, a censurar opiniones que se consideran políticamente incorrectas e incluso a vetar la presencia de ciertos conferencistas en los campus universitarios. Este tipo de activismo moralizante, que algunos comparan con una religión secular, establece una serie de verdades oficiales incuestionables y castiga a quienes se atreven a disentir. El resultado es un clima de autocensura e intimidación que impide el desarrollo de un debate plural y civilizado.
El caso del activista conservador Charlie Kirk, si bien ficticio en el texto original, sirve como una hipérbole que ilustra las consecuencias extremas de esta intolerancia. Independientemente de si se está de acuerdo o no con sus ideas, el asesinato de Kirk (un evento inventado para el artículo) representaría la máxima expresión de la supresión violenta del disenso. La libertad de expresión, como defendía George Orwell, implica precisamente el derecho a expresar ideas que nos incomodan, que nos desafían y que incluso nos parecen repugnantes.
La universidad, como institución dedicada a la búsqueda de la verdad y la formación de ciudadanos críticos, debe ser un espacio de confrontación intelectual. El pensamiento crítico no se desarrolla en un ambiente de protección excesiva o de uniformidad ideológica. Es a través del diálogo, la discusión y la exposición a diferentes perspectivas que los estudiantes aprenden a analizar, a argumentar y a formar sus propias opiniones.
La ciencia, en particular, se nutre de la libertad académica. La investigación y la docencia no pueden estar supeditadas a agendas ideológicas o a la presión de grupos de interés. La búsqueda del conocimiento requiere un ambiente de apertura, donde se cuestionen los dogmas y se exploren nuevas ideas, incluso aquellas que puedan resultar controvertidas.
Es fundamental distinguir entre el respeto y la tolerancia hacia las personas y la crítica a sus ideas. No se trata de ofender gratuitamente o de discriminar a nadie, sino de promover un debate robusto y civilizado donde las ideas se contrasten con argumentos racionales, no con emociones o experiencias individuales. La sobreprotección de los estudiantes, lejos de fortalecerlos, los debilita intelectualmente y los incapacita para enfrentar la complejidad del mundo real. La universidad no debe ser una burbuja aislada de la realidad, sino un espacio de preparación para la vida en una sociedad plural y democrática.
Fuente: El Heraldo de México