16 de septiembre de 2025 a las 09:35
Descubre los secretos ocultos
La madrugada del 16 de septiembre de 1810 no fue como la pintan los libros de texto. No hubo una sublevación perfectamente orquestada de dragones y milicias esperando la orden del capitán Allende. El llamado a la lucha por la independencia se precipitó, un grito desesperado ante la inminente delación de la conspiración. El repiqueteo frenético de las campanas de la iglesia de Dolores, azuzado por el padre Miguel Hidalgo, despertó a un pueblo que, machete y azadón en mano, se lanzó a una lucha incierta. “¡Viva Fernando VII, muera el mal gobierno!”, un grito contradictorio, un anhelo de libertad bajo el manto de la lealtad al rey, resonó en la madrugada y, aunque transformado, sigue resonando dos siglos después.
La independencia, un camino sinuoso y plagado de paradojas, nos legó un imperio efímero con Agustín de Iturbide a la cabeza. La traición, el cambio de bando en busca del poder, una constante en nuestra historia que se remonta a aquel “Abrazo de Acatempan”. Y hoy, 215 años después, la tradición del "Grito" perdura, aunque su significado se haya desdibujado en algunos rincones del país. El tequila y la euforia, símbolos de la celebración, se enfrentan a un silencio impuesto por el miedo. El gobernador de Sinaloa, como otros mandatarios, pide un festejo en la intimidad del hogar, un "Viva México" susurrado, una patria encogida ante la amenaza de la violencia.
En Culiacán, Uruapan, Iztapalapa, Cerro Azul, Zozocolco… la fiesta patria se ha silenciado, las plazas vacías, los cohetes prohibidos. No solo por el peligro que representan, sino porque sus estruendos se confunden con los ecos de una guerra no declarada. Celebramos en murmullos, como las hormigas y los topos, escondiéndonos en la oscuridad, lejos del bullicio y la algarabía. Una patria en murmullos, como en la película de Bergman, donde los gritos y susurros se entremezclan en la intimidad del dolor y la incertidumbre. Un juego de baraja en la penumbra, mientras afuera acechan las sombras.
Recordamos los gritos estentóreos de Echeverría, sus arengas a los pueblos del Tercer Mundo, la parafernalia del poder en el balcón presidencial. Este año, el grito es femenino, la voz de Sheinbaum Pardo resonando en el Zócalo, un llamado al orgullo y la soberanía. La misma bandera, el mismo balcón, testigos silenciosos del paso del tiempo y de las transformaciones de un país que busca su identidad. López Mateos, Fox, Cárdenas, Salinas… cada uno a su manera, han enarbolado la bandera de la independencia, recordando la gesta del cura Hidalgo y su sueño de libertad.
¿Desgañitarnos o no desgañitarnos? Ese es el dilema. Amar a la patria, defenderla, honrar su historia. La bandera, los cohetes, el tequila… símbolos que cobran un nuevo significado en tiempos de incertidumbre. Anhelamos la seguridad, la libertad de celebrar sin miedo, de gritar "Viva México" con el alma, sin el temor a las detonaciones de una guerra silenciosa. Un grito que se ahoga en la garganta, un susurro de esperanza en medio de la zozobra. Viva México, sí, pero un viva cargado de anhelos y de la promesa de un futuro mejor.
Por David Martín del Campo
Colaborador
PAL
Fuente: El Heraldo de México