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15 de septiembre de 2025 a las 09:25

Unidos por lo inesperado

La Inteligencia Artificial (IA) se está infiltrando en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, desde los relojes inteligentes hasta los electrodomésticos, recopilando datos constantemente para optimizar su rendimiento. Este fenómeno, más que una simple herramienta, representa una "nueva especie" con la capacidad de aprender, adaptarse y tomar decisiones de forma autónoma. Thomas Friedman, en su análisis, acierta al señalar la omnipresencia de la IA y su potencial transformador, pero su propuesta de cooperación entre Estados Unidos y China, aunque bienintencionada, peca de simplista.

La idea de un "árbitro digital" que regule las acciones de la IA en tiempo real, si bien atractiva, plantea una interrogante crucial: ¿quién define los parámetros éticos que regirán a este árbitro? ¿Serán las superpotencias, con sus propios intereses y agendas, o las corporaciones tecnológicas, impulsadas por la lógica del mercado? Delegar la responsabilidad ética a cualquiera de estas entidades presenta riesgos considerables.

Friedman argumenta que la amenaza de una IA descontrolada, susceptible de ser utilizada por actores maliciosos, podría unir a Estados Unidos y China en un esfuerzo conjunto por regularla. Sin embargo, la historia nos muestra que la cooperación internacional en temas cruciales, como el cambio climático o la pandemia, ha sido difícil de alcanzar, incluso ante amenazas globales. Pretender que la IA logre lo que estas crisis no han podido es, cuanto menos, ingenuo.

El verdadero desafío no radica en la tecnología en sí, sino en las dinámicas de poder. La IA, lejos de eliminar las tensiones geopolíticas, podría exacerbarlas. Expertos, incluyendo al propio Henry Kissinger, advierten sobre una nueva "Guerra Fría" basada en algoritmos y capacidad de cómputo, una carrera armamentista sin regulación que podría desencadenar inestabilidad y conflictos a escala global.

Si bien es cierto que la IA presenta riesgos significativos, como la posibilidad de que eluda controles o incluso engañe a sus creadores, la solución no reside en un pacto entre dos superpotencias históricamente rivales. La complejidad de este desafío exige una cooperación multilateral que involucre a todos los Estados y a las corporaciones que desarrollan esta tecnología. Un marco regulatorio global, construido sobre la base de la transparencia y la participación inclusiva, es el único camino viable para asegurar que la IA se utilice en beneficio de la humanidad y no se convierta en una amenaza existencial. La cooperación entre Estados Unidos y China es deseable, pero insuficiente. Necesitamos un enfoque global, que aborde las implicaciones éticas, políticas y de seguridad de la IA de manera integral. De lo contrario, corremos el riesgo de que esta poderosa tecnología se convierta en un instrumento de dominación y control, en lugar de un motor de progreso y bienestar.

Fuente: El Heraldo de México