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16 de septiembre de 2025 a las 02:50

Secretos Papales de 1467 Desenterrados en Roma

En las profundidades de Roma, a 45 metros bajo el bullicio de la moderna Plaza Venecia, el pasado susurra secretos al presente. No a través de grandes monumentos, sino de pequeños objetos cargados de significado: tres medallas de bronce, con la efigie del Papa Pablo II, acuñadas en 1467, el mismo año en que el pontífice mandó construir el imponente Palazzeto Venezia, justo sobre el lugar donde ahora se construye la futura estación de metro. Imaginen la escena: un pequeño jarrón, cuidadosamente depositado en los cimientos, como un mensaje lanzado a través del tiempo. Un mensaje que, quinientos años después, ha llegado a nosotros gracias a las excavaciones de la línea C del metro.

Estas medallas, según la superintendente especial de Roma, Daniela Porro, no eran simples objetos decorativos. Eran parte de un ritual, una práctica común durante el Renacimiento para atraer la buena fortuna en el inicio de grandes construcciones, ya fueran palacios o iglesias. Un gesto de fe, una súplica a lo divino para asegurar la prosperidad y la solidez de la obra. Es fascinante pensar en las manos que depositaron esas medallas, en las esperanzas que albergaban, en la conexión que establecían entre lo material y lo espiritual. Una conexión que, de alguna manera, perdura hasta nuestros días.

El hallazgo, anunciado por el Ministerio de Cultura de Italia, no es un evento aislado. Roma, la Ciudad Eterna, es un palimpsesto de historia, donde cada excavación, cada obra, cada intervención urbana, puede desenterrar tesoros del pasado. No es casualidad que estas medallas hayan aparecido precisamente en la Plaza Venecia, un lugar que ha sido testigo de transformaciones a lo largo de los siglos. A principios del siglo XX, durante las obras de construcción de la plaza actual y del monumento a Víctor Manuel II, el arqueólogo Rodolfo Lanciani ya documentó el traslado del Palazzeto Venezia y el hallazgo de diversos materiales históricos. La aparición de estas medallas de Pablo II se inscribe, por lo tanto, en una larga tradición de descubrimientos ligados a la evolución urbana de la ciudad.

Este descubrimiento nos invita a reflexionar sobre la importancia de la arqueología urbana, no solo como una disciplina que recupera objetos del pasado, sino como una herramienta para comprender la evolución de las ciudades, las creencias y las prácticas de quienes las habitaron. Las medallas de Pablo II nos hablan de rituales renacentistas, de la importancia de la simbología en la construcción y de la profunda conexión entre el poder temporal y el espiritual.

Pero, más allá de su valor histórico y simbólico, estas pequeñas medallas nos recuerdan que Roma es un museo vivo, un lugar donde el pasado convive con el presente en cada esquina, en cada piedra, en cada metro de tierra removida. Y lo que es aún más emocionante: las obras del metro continúan, y quién sabe qué otros tesoros aguardan ser descubiertos en las próximas excavaciones. La ciudad eterna, en constante transformación, sigue revelando sus secretos, capa a capa, como un libro abierto a la espera de ser leído. La historia, en Roma, no se encuentra solo en los museos, sino también bajo nuestros pies.

Y la historia continúa escribiéndose. Con cada excavación, con cada hallazgo, se añade una nueva página al relato fascinante de la Ciudad Eterna. La construcción de la nueva línea de metro no solo moderniza la infraestructura de Roma, sino que también nos ofrece una ventana al pasado, una oportunidad única para conectar con las generaciones que nos precedieron y comprender mejor el presente. ¿Qué otros secretos nos deparará el futuro? Solo el tiempo, y las futuras excavaciones, lo dirán. Mientras tanto, podemos imaginar a los arqueólogos, con sus pinceles y sus palas, desenterrando fragmentos de historia, pieza a pieza, construyendo el puzzle infinito del pasado romano. Un pasado que sigue vivo, latiendo bajo el asfalto, esperando a ser descubierto.

Fuente: El Heraldo de México