15 de septiembre de 2025 a las 20:10
Policías asesinados en brutal asalto
La tensión se palpaba en el aire de Moreno, provincia de Buenos Aires. Una pareja de novios, ambos policías fuera de servicio, se convirtió en el blanco de un violento intento de robo. Lo que parecía un asalto común, se transformó en una tragedia que deja interrogantes y un profundo dolor. Estacionados con su motocicleta, en una zona tristemente célebre por la inseguridad, fueron abordados por dos individuos en otra moto. El empuje brutal los derribó al pavimento, la moto encima de ellos, la vulnerabilidad expuesta en segundos. Uno de los asaltantes, con una pistola en mano, se abalanzó sobre la mujer, una lluvia de insultos y amenazas acompañaban la exigencia de sus pertenencias. La adrenalina corría, el miedo se hacía presente, pero el entrenamiento policial, grabado a fuego en sus reflejos, tomó el control. En un movimiento rápido, casi instintivo, la agente sacó su arma reglamentaria. "Alto!", gritó, advirtiendo a los agresores. Detonaciones que rasgaron la noche. Una de las balas alcanzó a uno de los asaltantes, un joven de tan solo 17 años, identificado como R.L.R., impactando en su hombro izquierdo. La herida resultó fatal. Su cómplice, aprovechando la confusión, huyó en la motocicleta, desapareciendo en la oscuridad, convirtiéndose en un fantasma perseguido por las autoridades.
La escena, iluminada por las luces azules y rojas de las patrullas, se transformó en un hervidero de peritos y agentes. La investigación se puso en marcha, cada detalle, cada pista, bajo la lupa de la justicia. ¿Legítima defensa o exceso? Las cámaras de seguridad de la zona, los testimonios de los vecinos, piezas de un rompecabezas que busca reconstruir los hechos. Un elemento crucial emergió de las sombras: el arma utilizada por el adolescente. Una réplica, indistinguible en la oscuridad y la tensión del momento. Una réplica que contribuyó a la percepción del peligro inminente. Horas después, una madre desesperada llegó a la comisaría, buscando a su hijo desaparecido. Un tatuaje en el cuello, el nombre "Claudia" grabado en la piel, confirmó la terrible verdad. La víctima se convirtió en victimario, una vida truncada, una familia destrozada.
La policía, mientras tanto, continúa la búsqueda del cómplice prófugo. La agente, marcada por la tragedia, no enfrenta cargos. La justicia preliminarmente considera que actuó en legítima defensa. Sin embargo, el caso sigue abierto. Un recordatorio brutal de la violencia que asola las calles, de la fragilidad de la vida, y de las difíciles decisiones que deben tomar quienes juran proteger y servir, incluso cuando están fuera de servicio. Una historia que deja un sabor amargo, una herida abierta en la comunidad, y la pregunta inquietante: ¿cuántas tragedias más se necesitarán para encontrar soluciones reales a la inseguridad?
Fuente: El Heraldo de México