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15 de septiembre de 2025 a las 15:10

Descubre al Dios Azteca de los Sismos

Adentrémonos en el fascinante mundo de la cosmovisión prehispánica, donde los dioses y la naturaleza se entrelazan en una danza de poder y misterio. Mucho antes de la llegada de los españoles, los habitantes de Mesoamérica vivían en una profunda conexión con la tierra, interpretando sus temblores y rugidos como manifestaciones divinas. Los sismos, esos estremecimientos telúricos que hoy explicamos con la ciencia, eran entonces la voz de Tepeyóllotl, el dios jaguar, cuyo rugido resonaba en el corazón de las montañas anunciando destrucción y renacimiento.

Imaginen la escena: el sol se oculta tras las imponentes siluetas de los volcanes, la oscuridad se adueña del paisaje y un silencio expectante lo envuelve todo. De pronto, un rugido profundo, proveniente de las entrañas de la tierra, rompe la quietud. Es Tepeyóllotl, el Corazón de la Montaña, despertando de su letargo. Su imponente figura felina, símbolo de la noche y lo desconocido, se asocia con los movimientos de la tierra, esos temblores que podían arrasar con pueblos enteros en un instante. No era simplemente un dios de la destrucción, sino una fuerza de la naturaleza, un recordatorio del poder inconmensurable que yacía bajo sus pies.

Tepeyóllotl no estaba solo en este panteón telúrico. Su figura se entrelazaba con la de Tláloc, el dios de la lluvia. Aunque aparentemente distintos, ambos compartían una conexión profunda con la tierra, representando las dos caras de la misma moneda: la fertilidad y la destrucción, la vida y la muerte. Se decía que para llegar al Tlalocan, el paraíso de Tláloc, había que atravesar los dominios de Tepeyóllotl, un viaje simbólico que representaba el ciclo eterno de la naturaleza.

La dualidad de Tepeyóllotl, como la del jaguar que lo representa, es fascinante. Por un lado, encarna la fuerza bruta y la destrucción, el rugido que precede al temblor. Por otro, es el Señor del Eco, el guardián de los sonidos de la tierra, un ser que escucha los latidos del planeta y los traduce en vibraciones que recorren la superficie. Esta conexión con el sonido lo vincula con la comunicación entre el mundo terrenal y el inframundo, un puente entre los vivos y los muertos.

Más allá de la figura imponente del jaguar, Tepeyóllotl representa la profunda conexión que los antiguos mexicanos tenían con la naturaleza. No la veían como algo separado de ellos, sino como una entidad viva, con sus propios ritmos y ciclos, sus momentos de calma y sus estallidos de furia. Los sismos, lejos de ser eventos fortuitos, eran interpretados como mensajes, advertencias o incluso castigos divinos, un recordatorio constante de la fragilidad de la existencia humana frente a las fuerzas de la naturaleza. En la actualidad, aunque la ciencia nos ofrece explicaciones racionales sobre los fenómenos sísmicos, la leyenda de Tepeyóllotl perdura como un testimonio de la rica cosmovisión de nuestros antepasados, una invitación a reflexionar sobre nuestra relación con el planeta y a recordar que, a pesar de nuestros avances tecnológicos, seguimos siendo parte de un universo mucho más grande y misterioso de lo que podemos comprender.

Fuente: El Heraldo de México