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15 de septiembre de 2025 a las 09:40

Abraza tu humanidad

La paradoja de la humanidad se presenta ante nosotros con crudeza: mientras proclamamos la universalidad de los derechos humanos, la realidad nos muestra un sistema de valores profundamente fragmentado. La frase de Terencio, "Nada de lo humano me es ajeno", resuena hoy como un eco hueco, un ideal desdibujado por la selectividad de nuestra atención y la jerarquización implícita que establecemos entre las vidas humanas. ¿Acaso la vida de un individuo en un país "desarrollado" vale más que la de miles en zonas de conflicto? La respuesta, por dolorosa que sea, se manifiesta en la forma en que consumimos y procesamos la información.

La atención mediática, convertida en un termómetro de la indignación pública, se concentra en casos individuales, amplificando la tragedia personal mientras relega a un segundo plano las masacres silenciosas que ocurren en otras latitudes. El asesinato de un activista de ultraderecha, como el caso mencionado de C. Kirk, acapara titulares y genera un debate social intenso. Se analizan los detalles, se buscan culpables, se exige justicia. Y mientras tanto, la muerte de miles de civiles en Gaza o Sudán, las violaciones sistemáticas en escenarios de guerra, se convierten en meras estadísticas, cifras frías que no logran conmovernos del mismo modo. ¿Por qué?

La respuesta es compleja y multifactorial. Influyen, sin duda, los intereses geopolíticos, las agendas mediáticas, la proximidad cultural y, en última instancia, nuestra propia capacidad de empatía, que parece tener un alcance limitado. Nos identificamos con el individuo, con la historia concreta, con el rostro reconocible. Las masas anónimas, en cambio, nos resultan distantes, abstractas, difíciles de aprehender. Su sufrimiento, por real que sea, no logra penetrar nuestras corazas de indiferencia.

Este doble estándar no se limita a la cobertura mediática. Se extiende también a la esfera política y diplomática. Las condenas internacionales, las sanciones, la ayuda humanitaria, fluyen con mayor facilidad hacia aquellos lugares que consideramos "cercanos", mientras que las tragedias "lejanas" son tratadas con una indiferencia que raya en la complicidad. Se habla de "daños colaterales", de "conflictos complejos", eufemismos que ocultan la brutalidad de la violencia y la magnitud del sufrimiento humano.

La universalidad de los derechos humanos no puede ser un simple enunciado teórico. Debe traducirse en una práctica concreta, en un compromiso real con la protección de todas las vidas, sin importar su origen, su nacionalidad o su condición social. El desafío es enorme: desmantelar los mecanismos que perpetúan la desigualdad, romper con la lógica perversa que jerarquiza las vidas humanas, construir un sistema de información que refleje la complejidad del mundo y nos permita comprender, en toda su dimensión, la tragedia de la violencia. Mientras sigamos mirando hacia otro lado, mientras permitamos que la indiferencia nos gane la batalla, la frase de Terencio seguirá siendo un espejo roto, un reflejo distorsionado de nuestra propia inhumanidad. Es necesario un cambio de paradigma, una revolución de la conciencia, que nos permita reconocer la dignidad inherente a cada ser humano y actuar en consecuencia. De lo contrario, seremos cómplices silenciosos de un genocidio moral que nos degrada como especie.

Fuente: El Heraldo de México