13 de septiembre de 2025 a las 16:35
Abuelita heroína fallece: Magdalena de Salinas de luto
La lluvia fría y pertinaz que azotaba la alcaldía Gustavo A. Madero parecía reflejar el desconsuelo que embargaba a las familias congregadas afuera del hospital de Magdalena de las Salinas. La esperanza, que hasta hacía unas horas se aferraba a la vida con la tenacidad de una enredadera, se desvaneció con la confirmación del fallecimiento de Alicia Matías Teodoro. El peso de la noticia, como una losa invisible, aplastó los ánimos de quienes aguardaban con impaciencia cualquier indicio de mejoría en sus seres queridos, también víctimas de la brutal explosión que había desgarrado la tranquilidad de Iztapalapa.
El murmullo constante que hasta entonces había llenado el aire, una mezcla de plegarias susurradas y palabras de aliento, se transformó en un silencio denso, interrumpido sólo por los sollozos contenidos de las hijas de Alicia. La imagen de la abnegada abuela, que con su propio cuerpo había escudado a su nieta de dos años del infierno desatado, se agigantaba en la memoria de todos. Un acto de amor incondicional que, aunque truncado por la tragedia, se convertía en un símbolo de la fuerza del espíritu humano frente a la adversidad.
Las tres hijas de Alicia, con los rostros surcados por el dolor y la incredulidad, recibieron el abrazo solidario de los demás presentes. Una red invisible de empatía se tejió entre desconocidos, unidos por el hilo conductor del sufrimiento compartido. Brigadas de la GAM, policías y voluntarios, testigos silenciosos del drama que se desarrollaba ante sus ojos, redoblaron sus esfuerzos por brindar consuelo y apoyo. El café caliente y los alimentos que repartían, más que un sustento físico, eran un bálsamo para las almas heridas.
La historia de Alicia y su nieta Jazlyn Azulet se había convertido en un doloroso epílogo de la tragedia que conmocionó a México el 10 de septiembre. La explosión de la pipa, cargada con miles de litros de gas LP, había dejado una cicatriz imborrable en el corazón de la ciudad. Once vidas segadas, decenas de heridos luchando por sobrevivir, y un rastro de destrucción que se extendía mucho más allá de los límites físicos de la zona del desastre.
El recuerdo de Alicia, trabajando como checadora de la ruta 57 en el paradero del Metro Santa Martha Acatitla, cuidando de su pequeña nieta mientras cumplía con sus labores, se convertía en un testimonio de la cotidianidad rota por la tragedia. La imagen de la onda expansiva alcanzándolas, de Alicia protegiendo a Jazlyn con su cuerpo, quedaba grabada a fuego en la memoria colectiva. El 95% de su piel quemada, la pérdida de su cabello, no fueron suficientes para detener su instinto maternal. Con una fuerza sobrehumana, logró salir del infierno y buscar ayuda para la pequeña.
La escena del policía Sergio Ángel Soriano Buendía, encontrándose fortuitamente con su cuñado en motocicleta, trasladando a Jazlyn al hospital más cercano, se repetía una y otra vez en las conversaciones de quienes esperaban noticias. El grito desesperado del motociclista, "bebé quemado, bebé quemado, ábreme la puerta", resonaba en el aire como un eco de la tragedia. Un grito que, aunque cargado de angustia, también era un canto a la esperanza, a la solidaridad, a la capacidad del ser humano para encontrar la luz incluso en las tinieblas más profundas. La lucha de Jazlyn por sobrevivir se convertía en un símbolo de la resiliencia, un recordatorio de que incluso en medio del dolor más profundo, la vida se abre paso.
Fuente: El Heraldo de México