12 de septiembre de 2025 a las 16:50
Víctima de Iztapalapa: "No quiero morir desconocido"
El infierno se desató bajo el Puente de la Concordia. Un rugido ensordecedor, una ola de calor abrasador y una nube oscura que lo cubrió todo. Así lo describe el suboficial Alberto Paredes, testigo presencial de la tragedia que marcó a Iztapalapa el pasado 10 de septiembre. Sus palabras, cargadas de la crudeza del momento, nos transportan a esos instantes de terror y desesperación. Imaginen la escena: una pipa volcada, el gas escapando, un microbús atrapado en la línea de fuego. Y en medio del caos, la figura de Paredes, luchando contra el calor infernal, intentando rescatar a quienes aún se aferraban a la vida.
Su relato nos hiela la sangre. No solo por la descripción del horror, sino por la humanidad que emerge en medio del desastre. Un hombre, con el cuerpo consumido por las llamas, le entrega su celular y su cartera a Paredes. Un gesto conmovedor, un último acto de confianza en medio del infierno. Y Paredes, con una valentía admirable, acepta la responsabilidad. No solo rescata al hombre de entre las llamas con la ayuda de otro ciudadano anónimo, sino que cumple su promesa. Localiza a la familia, les entrega las pertenencias, un pequeño consuelo en medio de la inmensa pérdida. Una historia de heroísmo silencioso, de compromiso y de empatía en medio de la tragedia.
La imagen del microbús en llamas, del tanque de combustible explotando, perseguirá a Paredes, y a todos nosotros, por mucho tiempo. El calor extremo, "como salir de un sauna", como él mismo describe, es solo una pequeña muestra del infierno que se desató bajo el puente. Su patrulla, apagada por la onda expansiva, es un símbolo de la vulnerabilidad ante la fuerza desatada de la explosión.
Nueve vidas se perdieron aquel día. Nueve historias truncadas, nueve familias destrozadas. Y noventa y cuatro heridos, marcados física y emocionalmente por la tragedia. La Fiscalía continúa investigando, buscando respuestas, tratando de esclarecer las causas de este incidente que ha dejado una profunda cicatriz en la ciudad. Más allá de las cifras, de los informes oficiales, están las historias humanas, como la del suboficial Paredes, que nos recuerdan la fragilidad de la vida y la importancia de la solidaridad en momentos de crisis. Un recordatorio de que, incluso en la oscuridad más profunda, siempre hay espacio para la esperanza y para la compasión. Y que la memoria de las víctimas, como la del hombre que entregó su celular y su cartera, debe servir como un llamado a la responsabilidad y a la prevención, para que tragedias como esta no se repitan. El eco de la explosión bajo el Puente de la Concordia debe resonar en nuestras conciencias como un recordatorio de la importancia de la seguridad y del respeto a la vida.
Fuente: El Heraldo de México