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12 de septiembre de 2025 a las 09:30

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La tragedia de Los Reyes La Paz, con la explosión de una pipa de gas que dejó un saldo doloroso de vidas perdidas y heridos, nos recuerda una vez más la inmensa capacidad de solidaridad del pueblo mexicano. Ante la devastación y el horror, emerge una fuerza imparable, una red invisible que teje la esperanza en medio del caos. Es la misma fuerza que vimos en 1985, cuando la tierra tembló y la ciudad se resquebrajó. Sin celulares, sin internet, la noticia corrió de boca en boca, de radio en radio, y el mundo contuvo el aliento ante la magnitud del desastre. Y mientras el gobierno, aún con las mejores intenciones, se veía rebasado por la catástrofe, la gente, el pueblo, salió a las calles. Con las manos desnudas, removiendo escombros, compartiendo agua y pan, ofreciendo consuelo y aliento. Una cadena humana de solidaridad que se extendió por toda la ciudad, demostrando que la verdadera fuerza de una nación reside en su gente.

Esa misma fuerza, ese mismo espíritu indomable, lo vimos renacer 32 años después, en el 2017, cuando otro sismo sacudió la capital. De nuevo, la respuesta inmediata, visceral, vino de la sociedad civil. Brigadas de voluntarios, centros de acopio improvisados, manos tendidas ofreciendo ayuda, un abrazo, una palabra de aliento. La solidaridad se convirtió en el bálsamo que alivió el dolor, en la luz que guió la esperanza en medio de la oscuridad.

Y ahora, en Los Reyes La Paz, la historia se repite. En una zona marginada, donde la vida diaria es una lucha constante, donde la precariedad es una compañera inseparable, la gente no dudó ni un segundo en salir a auxiliar a sus vecinos. Con lo poco que tenían, con cobijas, con agua, con palabras de consuelo, intentaron aliviar el sufrimiento de las víctimas. Un acto reflejo, una respuesta inmediata que nace del corazón, que no necesita de protocolos ni de órdenes, que simplemente surge de la necesidad de ayudar, de estar ahí para el otro.

Se organizaron, compartieron lo que tenían, y las historias de solidaridad comenzaron a circular, como un río subterráneo que nutre la esperanza. Afuera de los hospitales, la gente se congregó para ofrecer comida, café, un hombro donde llorar. Adentro, los médicos y enfermeras luchaban incansablemente por salvar vidas. Una lucha contra reloj donde cada segundo contaba, donde la ciencia y la compasión se unían en un frente común contra la tragedia.

Estos actos de solidaridad, estos ejemplos de humanidad, nos recuerdan que la verdadera fuerza de un país reside en su gente. Gobiernos van y vienen, las estructuras cambian, pero la capacidad de empatía, la voluntad de ayudar al prójimo, permanece inalterable. Es un legado que se transmite de generación en generación, una llama que se enciende en los momentos más oscuros, iluminando el camino hacia la reconstrucción, hacia la esperanza. Es la esencia misma de lo que significa ser humano, la prueba irrefutable de que, incluso en medio del dolor y la tragedia, la solidaridad siempre prevalece. Y en ese prevalece, encontramos la fuerza para seguir adelante, para reconstruir, para sanar.

Fuente: El Heraldo de México