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12 de septiembre de 2025 a las 20:20

Tragedia en Iztapalapa: esposo de víctima lo pierde todo

La angustia se palpa en el aire del Instituto Nacional de Rehabilitación. Un silencio denso, interrumpido solo por el murmullo de las máquinas y el susurro de las oraciones, envuelve a Francisco Uriel Rosas. Su mirada, perdida en un punto indefinido, refleja la profunda herida que la tragedia del distribuidor vial de La Concordia ha abierto en su vida. Un paseo familiar, un día que prometía risas y alegría, se transformó en una pesadilla de fuego y dolor. La explosión de la pipa de gas, un estruendo que aún retumba en sus oídos, le arrebató la tranquilidad y lo sumergió en la incertidumbre.

Su esposa, Yanet Guerrero, de cinco meses de gestación, lucha por su vida y la de su bebé. Ambos, víctimas inocentes de la devastación, se aferran a la esperanza en medio de un mar de quemaduras y lesiones. Cada latido de su corazón es una plegaria, una súplica silenciosa por un milagro que les permita volver a casa, a la vida que les fue arrebatada en un instante.

Francisco, con quemaduras en la oreja, el cuello y el brazo, acaricia la mano de su pequeño sobrino, también herido en un brazo. La imagen de su familia corriendo, envuelta en llamas y humo, se repite una y otra vez en su mente, como una película macabra que no puede detener. El eco de la explosión, el calor abrasador, el olor a quemado… sensaciones imborrables que lo persiguen sin tregua.

"Íbamos a disfrutar un día de familia…", repite con la voz quebrada por el dolor. La frase, cargada de una tristeza infinita, resume la cruel ironía del destino. Un paseo que se convirtió en tragedia, un sueño que se desvaneció en el humo. La promesa de un futuro feliz, ahora empañada por la sombra de la incertidumbre.

"Ya me quedé sin nada…", murmura con desesperación, mientras la imagen de su bebé, tan pequeño e indefenso, lo inunda de angustia. La lucha por la vida apenas comienza, y el camino hacia la recuperación se presenta largo y tortuoso. La incertidumbre sobre el futuro de Yanet y su hijo lo consume, lo mantiene en vilo, esperando con el alma en un hilo las noticias de los médicos.

La tragedia de La Concordia ha dejado una profunda cicatriz en el corazón de la Ciudad de México. Nueve vidas apagadas, familias destrozadas, un recordatorio doloroso de la fragilidad de la existencia. La confusión en las cifras oficiales, la angustia de los familiares en busca de información, añaden otra capa de dolor a esta herida abierta.

Mientras tanto, Francisco, con el corazón roto y la esperanza en vilo, se aferra a la fuerza del amor, a la fe en la recuperación de su esposa y su hijo. Su historia, un testimonio conmovedor de la tragedia, nos recuerda la importancia de valorar cada instante, de abrazar la vida con intensidad, porque en un segundo, todo puede cambiar.

Fuente: El Heraldo de México