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12 de septiembre de 2025 a las 12:40
Imágenes Imborrables: 1985
Cuarenta años después, el polvo del 85 aún se levanta en la memoria. No solo en la memoria física de una ciudad marcada por las cicatrices de los edificios caídos, sino en la memoria colectiva, esa herida que a veces duele más que cualquier otra. Las imágenes, captadas por los valientes fotoperiodistas, se han convertido en guardianes de un pasado doloroso, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida y la fortaleza del espíritu humano.
Hablamos con Pedro Valtierra, quien con la urgencia grabada en su voz, nos describe su carrera frenética hacia el Hotel Regis, un edificio convertido en símbolo de la tragedia. "Cada esquina, cada grieta, cada rostro cubierto de polvo, era una fotografía esperando ser tomada", recuerda con la voz entrecortada. No eran simples imágenes, eran pedazos de historia, gritos silenciosos atrapados en el tiempo. Eran, y siguen siendo, la voz de aquellos que perdieron todo, y la de aquellos que lo dieron todo por salvar a sus hermanos.
Su hermano, Eloy Valtierra, comparte una anécdota que hiela la sangre. La imagen de siete cuerpos yacentes, acompañados por un hombre en oración, lo confrontó con la crudeza de la muerte. La cámara, en ese momento, se volvió un peso insoportable. El llanto del hombre que rezaba resonó más fuerte que cualquier clic del obturador. Ese día, Eloy no solo aprendió a tomar fotografías, aprendió a sentirlas.
Daniel Aguilar, otro testigo ocular de la tragedia, aún recuerda el "olor a muerte" que impregnaba el aire. El Hotel Regis, convertido en una montaña de escombros, era un recordatorio constante de la devastación. Sin embargo, más allá del horror, Daniel recuerda la solidaridad, la capacidad de la gente para organizarse, para compartir lo poco que les quedaba. "La sociedad se sostuvo sola", afirma con convicción. Una lección de resiliencia que aprendimos entre las ruinas.
Desde el Viaducto, Andrés Garay observaba el caos. Cientos de personas abandonaban sus autos, desorientadas, buscando respuestas en medio del polvo y la confusión. En ese instante, comprendió la importancia de su labor. Su cámara no solo capturaba imágenes, capturaba historias, testimonios que darían la vuelta al mundo y que, sin duda, aceleraron la llegada de la ayuda internacional.
Jesús Villaseca nos habla del dolor más profundo: el de los cuerpos alineados, cubiertos con hielo, esperando ser identificados. Pero también nos habla de la esperanza, de la euforia compartida cada vez que un sobreviviente era rescatado de entre los escombros. "Gritábamos, llorábamos, nos abrazábamos", recuerda con la voz llena de emoción. Eran momentos de luz en medio de la oscuridad.
Para Frida Hartz, el terremoto del 85 significó un encuentro cara a cara con la muerte, una muerte que parecía no tener fin. Su lente capturó escenas desgarradoras, momentos en los que la línea entre la vida y la muerte se difuminaba. "Fue una sensación muy dolorosa", confiesa. Una experiencia que marcó su vida y su carrera para siempre.
A 40 años de la tragedia, las fotografías tomadas por estos valientes fotoperiodistas siguen resonando. No son solo imágenes del pasado, son un espejo que refleja nuestra capacidad de resistencia, nuestra solidaridad y nuestra inquebrantable voluntad de reconstruir, de levantarnos una y otra vez, incluso entre las ruinas. Son un testimonio de que, incluso en la más profunda oscuridad, siempre hay espacio para la esperanza.
Fuente: El Heraldo de México