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12 de septiembre de 2025 a las 09:15

Domina el arte del oportunismo ecológico

La volatilidad política del Partido Verde Ecologista de México (PVEM) no sorprende a quienes han seguido su trayectoria. Más que un partido con una ideología definida, el PVEM opera como una empresa electoral, una entidad pragmática que busca maximizar sus beneficios en cada coyuntura política. Su historia está plagada de alianzas estratégicas, formadas no por convicción, sino por conveniencia, y rotas con la misma facilidad con la que se crean. Este comportamiento camaleónico, lejos de ser una anomalía, constituye la esencia misma de su estrategia política.

Desde sus inicios, el discurso ambientalista del PVEM ha sido más una fachada que una verdadera motivación. Fundado en 1986, el partido rápidamente comprendió que la clave de su éxito residía en la habilidad para negociar y adaptarse, no en la defensa de principios. Su alianza con el Partido Acción Nacional (PAN) en el año 2000, para impulsar la candidatura presidencial de Vicente Fox, ilustra a la perfección esta dinámica. Un partido supuestamente ecologista y progresista uniendo fuerzas con una formación conservadora y neoliberal. ¿El punto de encuentro? El ansia de poder. La efímera unión con el PAN, como un castillo de naipes, se derrumbó rápidamente entre acusaciones de incumplimiento y traición. El PVEM, más interesado en las cuotas de poder que en la congruencia ideológica, abandonó el barco en busca de nuevas oportunidades.

Su posterior alianza con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se extendió por más de una década, consolidó su imagen de oportunista político. Durante este período, el PVEM se convirtió en un actor clave en el sistema, obteniendo a cambio de su apoyo diputaciones, senadurías, embajadas y jugosos contratos. Su participación en las elecciones de 2012, crucial para el triunfo de Enrique Peña Nieto, se vio empañada por escándalos de financiamiento ilícito y propaganda ilegal, que pusieron en evidencia la falta de escrúpulos del partido.

Con la llegada de la Cuarta Transformación y el ascenso de Morena, el PVEM, con la versatilidad que lo caracteriza, adaptó su discurso a la nueva realidad política. Vistiendo un ropaje de izquierda, se sumó a la coalición gobernante, asegurándose una vez más posiciones de poder. Sin embargo, las tensiones internas, las disputas por candidaturas y las diferencias ideológicas han comenzado a resquebrajar la alianza.

La historia se repite. El PVEM, incomodo con la falta de dividendos políticos, muestra signos de impaciencia. Su amenaza de contender en solitario en las elecciones de 2027, aunque en algunos casos podría ser un suicidio político, es una clara señal de su estrategia de presión. El PVEM negocia con todos, se compromete con nadie. Su lealtad no está con ninguna ideología o partido, sino con sus propios intereses. Su pragmatismo político, aunque cuestionable, es la clave de su supervivencia en el complejo panorama político mexicano. La pregunta que queda en el aire es: ¿hasta cuándo le seguirá funcionando esta estrategia? ¿Llegará el momento en que la sociedad, cansada de sus vaivenes ideológicos, le pase factura? El futuro lo dirá.

Fuente: El Heraldo de México