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11 de septiembre de 2025 a las 05:20
Tragedia en Atlacomulco: Despiden a las víctimas
El silencio se ha apoderado de las calles empedradas, un silencio roto solo por el eco de los lamentos y el susurro de las oraciones. Atlacomulco, San Felipe del Progreso, San José del Rincón, Jocotitlán… nombres que ahora se asocian a la tragedia, a la pérdida irreparable de diez vidas segadas por un brutal accidente. El eco del impacto entre el autobús de Herradura de Plata y el tren de carga aún resuena en la memoria colectiva, una cicatriz imborrable en la piel de estas comunidades. Las flores blancas, símbolo de pureza e inocencia, se acumulan en los lugares del siniestro, un triste homenaje a quienes emprendieron un viaje que nunca llegó a su destino.
Más allá de las frías estadísticas, de los números de heridos y fallecidos, se encuentran las historias, los rostros, las vidas truncadas. María de la Luz, con su sonrisa eterna plasmada en la fotografía que adorna su ataúd, perdió el autobús de las seis, un giro del destino que la llevó a subir al que se convertiría en su última morada. Su hija, Anayeli, llora su ausencia, la imposibilidad de volver a abrazarla, de escuchar sus consejos, de compartir la cotidianidad. Su trabajo como empleada doméstica en la Ciudad de México, el motor de su lucha diaria, ahora un doloroso recordatorio de la vida que ya no es.
En Concepción del Monte, las campanas repican por Edith, la joven amante del fútbol, cuyos sueños quedaron atrapados en los hierros retorcidos del autobús. El silencio del campo de juego, donde antes resonaban sus risas y su energía, es ahora un desgarrador testimonio de su ausencia. ¿Quién llenará ese vacío? ¿Quién recordará sus goles, sus atajadas, su pasión por el deporte?
En San Nicolás, Ocotepec, la voz de María del Carmen se alza entre el dolor, exigiendo justicia para su hija Liliana, el sostén de la familia, la luz que iluminaba sus días. La joven de 27 años, llena de vida y proyectos, se ha ido dejando un vacío imposible de llenar, un futuro robado por la imprudencia y la negligencia.
La imagen de Carlos Daniel, con su pequeño hijo de dos años en brazos, atormenta a su padre, Filemón. ¿Cómo explicarle a un niño tan pequeño la ausencia de su padre? ¿Cómo construir un futuro sin la figura paterna? La indemnización que busca, aunque necesaria, jamás podrá compensar la pérdida irreparable, el vacío que quedará para siempre en la vida de su nieto.
Las preguntas sin respuesta se acumulan como las flores en el lugar del accidente. ¿Por qué no había barreras en el cruce? ¿Por qué el conductor no respetó la señal de alto? ¿Por qué la vida de estas personas fue arrebatada de forma tan abrupta e injusta?
La indignación se mezcla con la tristeza. La exigencia de justicia se convierte en un grito unánime, un clamor que resuena en cada rincón de estas comunidades heridas. La LXII Legislatura del Congreso estatal ha guardado un minuto de silencio, un gesto simbólico que, si bien no devuelve la vida a las víctimas, representa un compromiso para que esta tragedia no se repita. La propuesta de exhortar al gobierno federal para restablecer la señalización en los cruces ferroviarios es un paso en la dirección correcta, pero no es suficiente. Se necesita una revisión exhaustiva de las medidas de seguridad, una mayor inversión en infraestructura y, sobre todo, una profunda reflexión sobre la responsabilidad que todos tenemos en la prevención de estos accidentes. La vida es un bien preciado que no podemos permitir que se pierda por la imprudencia, la negligencia o la falta de previsión. El recuerdo de las víctimas del accidente de Atlacomulco debe servir como un llamado a la acción, una llamada a la conciencia para que nunca más se repita una tragedia como esta.
Fuente: El Heraldo de México