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11 de septiembre de 2025 a las 03:00
Iztapalapa: Apoyo tras explosión de gas.
El estruendo resonó en Iztapalapa como un trueno ensordecedor, un golpe al corazón de la ciudad que dejó a su paso una escena de caos y destrucción. La volcadura de una pipa, un instante de fatalidad, desató una ola de fuego y pánico bajo el Puente de la Concordia. 49,500 litros de gas, una bomba de tiempo rodante, se convirtieron en una infernal llamarada que lamió el cielo, dejando una cicatriz imborrable en la memoria colectiva.
Las primeras horas fueron una frenética danza de sirenas y luces rojas. Bomberos, rescatistas, paramédicos, todos unidos en una carrera contra el reloj, luchando contra las implacables llamas mientras el aire se impregnaba del acre olor a gas y a metal quemado. Rostros cubiertos de hollín, manos que se extendían para auxiliar, una sinfonía de valentía y solidaridad en medio de la tragedia. Las imágenes, crudas y desgarradoras, mostraban la magnitud del desastre: vehículos calcinados, escombros esparcidos como testigos silenciosos del horror, y el incesante ir y venir de ambulancias transportando a las víctimas.
La cifra inicial de 18 heridos, con quemaduras que marcaban la piel como un mapa del dolor, pronto se incrementó a 57, una dolorosa estadística que resonaba en cada rincón de la ciudad. 19 de ellos, luchando por sus vidas en las unidades de cuidados intensivos, conectados a máquinas que bombeaban esperanza en medio de la incertidumbre. Familias enteras, con el corazón en un puño, aguardaban noticias, aferradas a la frágil llama de la esperanza.
La respuesta de las autoridades fue inmediata. Clara Brugada, Jefa de Gobierno, con la voz quebrada por la emoción, se presentó en el lugar de los hechos para coordinar las labores de rescate y brindar apoyo a las víctimas. A su lado, Pablo Vázquez, de la SSC, y Myriam Urzúa, de la SGIRPC, trabajaban incansablemente, supervisando cada detalle, asegurándose de que la maquinaria de la ayuda humanitaria funcionara a la perfección.
Más allá de la tragedia, se vislumbraba el espíritu indomable de la ciudad. Vecinos, conmovidos por el dolor ajeno, abrieron las puertas de sus casas para ofrecer refugio y consuelo. Donaciones de alimentos, ropa y medicinas fluían como un río de solidaridad, demostrando que en los momentos más oscuros, la humanidad brilla con más fuerza.
La investigación, aún en curso, busca esclarecer las causas exactas de la volcadura. Preguntas sin respuesta flotan en el aire: ¿fallas mecánicas? ¿error humano? ¿negligencia? La búsqueda de la verdad es un imperativo, no solo para hacer justicia a las víctimas, sino para evitar que una tragedia similar vuelva a ocurrir.
Mientras tanto, la ciudad llora a sus heridos, reza por la recuperación de los más graves, y se abraza en un gesto colectivo de resiliencia. La herida aún está abierta, pero la esperanza, como una pequeña semilla, comienza a germinar en medio de las cenizas. Iztapalapa, herida pero no vencida, se levanta con la fuerza de su gente, dispuesta a reconstruir, a sanar, a recordar a las víctimas y a honrar la memoria de este día trágico.
Fuente: El Heraldo de México