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11 de septiembre de 2025 a las 22:10
Explosión en puente: caos y terror
El infierno se desató en un instante. Un instante captado por la lente temblorosa de un automovilista, testigo involuntario de la tragedia que se cernía sobre Iztapalapa. La pipa, una mole metálica que transportaba 49,500 litros de gas, se había convertido en una bomba de tiempo. El impacto, brutal, la había partido, liberando una nube blanca y ominosa que en segundos se transformó en una vorágine de fuego. “Ya se sintió el calor”, se escucha decir a una voz, con un dejo de incredulidad y terror, mientras el fuego lo consume todo a su paso. Ocho vidas segadas, según el último reporte de la Jefa de Gobierno, Clara Brudaga, una cifra que pesa como una losa sobre la ciudad. Más de veinte personas luchan por sus vidas en los hospitales, con quemaduras graves que marcan un futuro incierto. Myriam Urzúa, titular de la SGIRPC, confirma la gravedad de la situación, mientras las familias esperan con angustia noticias de sus seres queridos.
La imprudencia, la velocidad excesiva, el fantasma de la prisa en una ciudad que nunca duerme, parecen ser las causas de esta tragedia, según las primeras investigaciones. Los videos, mudos testigos del desastre, muestran la trayectoria fatal de la pipa, su velocidad descontrolada en el Puente de la Concordia. Una fractura de apenas 30 o 40 centímetros en la estructura metálica bastó para desatar el infierno. El gas escapó, formando una nube letal que se extendió como un manto invisible, hasta encontrar la chispa que la detonó.
El caos se adueñó de la escena. Automovilistas que se dirigían hacia la zona del desastre, viraron bruscamente, en una desesperada huida. El sonido de las bocinas, un coro disonante de pánico, rompía el aire. En los puentes peatonales, la gente corría, buscando refugio, mientras el fuego crecía, devorando todo a su paso. "¡Córrele, córrele!", se escuchaba gritar, una exhortación desesperada a escapar de las garras del infierno.
La solidaridad, como siempre, emerge de las cenizas. Los hospitales se llenan de voluntarios, dispuestos a donar sangre, a ofrecer consuelo. Las redes sociales se convierten en un hervidero de mensajes de apoyo, de búsqueda de información. Pero la angustia persiste, especialmente para aquellos que aún no saben nada de sus familiares, como en el caso de la estudiante de la UNAM, Ana Daniela Barragán Ramírez, cuyo paradero sigue siendo un misterio.
Mientras algunos de los heridos comienzan a regresar a sus hogares, con las marcas indelebles del fuego en sus cuerpos y en sus almas, la ciudad llora a sus muertos y se pregunta cómo pudo ocurrir semejante tragedia. La investigación continúa, buscando respuestas, buscando culpables. Pero más allá de las responsabilidades individuales, queda la interrogante de fondo: ¿cómo podemos construir una ciudad más segura, una ciudad donde la velocidad no se convierta en sinónimo de muerte? Una ciudad donde la imprudencia no tenga consecuencias tan devastadoras.
Fuente: El Heraldo de México