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11 de septiembre de 2025 a las 18:35

Explosión en Iztapalapa: Tragedia en la Concordia

El silencio se ha apoderado del lugar, un silencio roto solo por los murmullos de los rescatistas y el llanto contenido de quienes buscan a sus seres queridos. El aire, aún denso por el olor a quemado, es un recordatorio constante de la tragedia que se ha cernido sobre el puente de la Concordia. Menos de 24 horas han pasado desde la explosión que ha dejado, hasta el momento, un saldo de seis vidas apagadas, un número que pesa como una losa sobre la ciudad.

La tarde del miércoles transcurría con la habitual agitación de la calzada Ignacio Zaragoza. El flujo constante de vehículos, el ir y venir de la gente en el transporte público, el murmullo de las conversaciones en las banquetas… una escena cotidiana que se transformó en un instante de horror. Nadie podía prever que la rutina se rompería de forma tan abrupta, que la vida, en una fracción de segundo, cambiaría para siempre.

Alrededor de las 14:20 horas, la pipa cargada con gas LP, al tomar la curva bajo el puente, se convirtió en una bomba de tiempo. La nube blanca que la envolvió inicialmente, un presagio del desastre inminente, se transformó en una bola de fuego que se expandió con furia, arrasando todo a su paso. La onda expansiva, una fuerza brutal e indiscriminada, deformó el metal de los vehículos, arrancó árboles de raíz, alcanzó a quienes transitaban o se encontraban estacionados en las inmediaciones. Myriam Urzúa, titular de la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil, ha confirmado la cifra de seis fallecidos, diez personas dadas de alta y veintiuno en estado crítico, una cifra que, lamentablemente, podría aumentar en las próximas horas.

La escena es desoladora. Entre los escombros, entre los restos retorcidos de lo que alguna vez fueron vehículos, se encuentran dispersos objetos personales, mudos testigos de las vidas interrumpidas. Zapatos de mujer, zapatillas infantiles, identificaciones de escuelas y trabajos, gorras… pertenencias que ahora yacen sin dueño, recordatorios tangibles del impacto devastador de la explosión. "Parece una zona de guerra", comenta con la voz entrecortada uno de los testigos, mientras observa con impotencia el panorama de destrucción.

Mientras los heridos eran trasladados a los hospitales cercanos, la magnitud de la tragedia se hacía más evidente. La onda expansiva se extendió mucho más allá del epicentro de la explosión, alcanzando incluso a quienes se encontraban a cierta distancia, quienes sintieron el impacto en sus propios cuerpos. El radio de destrucción es inmenso, una cicatriz abierta en el corazón de la ciudad.

La respuesta ante la emergencia no se hizo esperar. Ambulancias, bomberos, personal de Protección Civil, médicos y enfermeras trabajaron incansablemente, luchando contra reloj para rescatar a las víctimas y brindarles la atención necesaria. En medio del caos y la desesperación, surgió la solidaridad de los vecinos, quienes se organizaron para repartir comida, pan y café a los rescatistas y a las familias que aguardaban noticias en los hospitales.

En estos momentos de profundo dolor, la ayuda mutua se ha convertido en un bálsamo. Vecinos, comerciantes, transeúntes, todos unidos en un esfuerzo común por rescatar, consolar y aliviar el sufrimiento. Manos que se extienden para ayudar, voces que intentan calmar el dolor, gestos de solidaridad que demuestran la fortaleza del espíritu humano ante la adversidad.

México, una vez más, se enfrenta a una tragedia que marcará su historia, un episodio doloroso que dejará una huella imborrable en la memoria colectiva. La explosión en el puente de la Concordia es un recordatorio de la fragilidad de la vida y, al mismo tiempo, una muestra de la capacidad de resiliencia y solidaridad del pueblo mexicano.

Fuente: El Heraldo de México