11 de septiembre de 2025 a las 23:10
El infierno tras la explosión: testimonio del policía héroe.
El estruendo aún retumba en los oídos de Sergio Ángel Soriano. Un sonido brutal, seguido de una ola de calor abrasador que le golpeó el rostro como una bofetada infernal. La imagen, grabada a fuego en su memoria, es dantesca: una columna de fuego de 20 o 30 metros, elevándose hacia el cielo como una macabra antorcha en pleno puente de La Concordia. El caos se desató en un instante, transformando la cotidianidad del paradero de Santa Martha en un escenario de pesadilla.
Comisionado en la zona, Sergio Ángel no dudó ni un segundo. El instinto de servicio, la adrenalina y el horror ante lo que veían sus ojos le impulsaron a actuar. Gritó con todas sus fuerzas, instando a la gente a desalojar, mientras corría hacia el epicentro de la tragedia. El humo blanco, efímero preludio de la devastación, pronto dio paso a un infierno de llamas. Cada paso que daba era una lucha contra el pánico, contra la incertidumbre, contra la imagen de la destrucción que se extendía ante él.
En medio del caos y la desesperación, una figura se destacó entre el humo y las llamas. Alicia, con el cuerpo consumido por el fuego, caminaba como un fantasma, aferrada a su nieta, una pequeña cuyo cuerpo también mostraba las terribles marcas de la explosión. La piel de ambas, quemada y desgarrada, se adhería a la ropa como un segundo y macabro atuendo.
La visión de la niña, con sus manitas, piecitos y cabecita quemadas, fue un golpe directo al corazón de Sergio Ángel. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó hacia ellas, intentando aliviar su sufrimiento, buscando una salida en medio del infierno. Con delicadeza, empezó a retirar los jirones de ropa que se pegaban a la piel de la pequeña, cada movimiento un acto de valentía y amor en medio del horror.
La suerte, o quizás el destino, quiso que su cuñado y hermana aparecieran en ese momento con una motocicleta. Fue la salvación. Subieron a la niña, y Sergio Ángel, con Alicia a su lado, se aferró a la esperanza de llegar a tiempo al hospital. El trayecto fue una tortura. A cada metro recorrido, el paisaje se teñía con el horror: gente quemada, heridos, muertos… un panorama desolador que se grabó a fuego en su memoria.
La pequeña no respondía, su silencio un peso insoportable en el alma de Sergio Ángel. Pero al llegar al hospital, un débil movimiento de sus manos encendió una chispa de esperanza. "Que me ayuden, traigo una niña quemada", imploró a los médicos, entregando a la pequeña en sus manos con la certeza de que allí recibiría la atención que necesitaba.
El recuerdo de aquel día seguirá atormentando a Sergio Ángel Soriano, pero también lo hará la certeza de haber actuado con valentía y humanidad en medio del horror. Su testimonio es un crudo recordatorio de la fragilidad de la vida y de la importancia de la solidaridad en momentos de tragedia. Un héroe anónimo que, sin capa ni superpoderes, se enfrentó al infierno para salvar una vida.
Fuente: El Heraldo de México