
11 de septiembre de 2025 a las 06:45
El horror detrás de Las Muertas
La historia de Las Poquianchis, un nombre que aún resuena con escalofríos en los anales de la crónica negra mexicana, trasciende la mera anécdota criminal. Se convierte en un espejo oscuro que refleja la corrupción, la impunidad y la violencia que marcaron una época en México. Más allá de los titulares sensacionalistas, este caso destapa una red de complicidades que permitió a cuatro hermanas, Delfina, María del Carmen, María Luisa y María de Jesús González Valenzuela, tejer un imperio de explotación y muerte durante dos décadas.
Imaginen un México en los años 40, un país en pleno proceso de transformación, con sus luces y sombras. En este contexto, estas mujeres, originarias de Jalisco, crecieron bajo la sombra opresiva de un padre autoritario. Esta infancia marcada por la violencia, lejos de doblegarlas, alimentó una rebeldía que las impulsó a buscar su independencia económica, un camino que, lamentablemente, las condujo a los abismos de la prostitución.
Desde su primer burdel en El Salto, Jalisco, hasta la expansión de su macabro negocio a San Juan de los Lagos y finalmente a su natal San Francisco del Rincón, las hermanas construyeron un imperio cimentado en el sufrimiento ajeno. No se trataba simplemente de la administración de prostíbulos, sino de una sofisticada red de trata de personas que se alimentaba de la vulnerabilidad de niñas y adolescentes. Engañadas con promesas de trabajo o educación, o incluso secuestradas a plena luz del día, estas jóvenes eran condenadas a una vida de esclavitud sexual, sometidas a condiciones inhumanas, alimentadas con las sobras y amenazadas constantemente con la muerte.
La crueldad de Las Poquianchis no conocía límites. Embarazos no deseados, enfermedades, cualquier signo de debilidad se convertía en una sentencia de muerte. Los bebés nacidos en cautiverio, testigos inocentes de esta barbarie, eran asesinados o vendidos como si fueran mercancía. El rancho San Ángel, en Guanajuato, se convirtió en el epicentro de este horror, un escenario donde la vida humana perdía todo valor.
Pero, ¿cómo pudo operar semejante red de impunidad durante tanto tiempo? La respuesta es tan perturbadora como el propio caso: la complicidad. Políticos locales, oficiales militares y agentes policiales formaban parte de la red de protección que blindaba a Las Poquianchis. A cambio de sobornos y favores, estas figuras de autoridad les garantizaban impunidad, permitiéndoles operar a sus anchas en un contexto donde la prostitución estaba, al menos en teoría, fuertemente regulada.
La caída de este imperio del horror no llegó de la noche a la mañana. Fue un proceso lento, impulsado por las denuncias de quienes lograron escapar de las garras de estas mujeres. Lo que comenzó como una investigación por prostitución, pronto destapó la magnitud de los crímenes cometidos. Se estima que asesinaron a alrededor de 90 mujeres, aunque algunos expertos creen que la cifra real podría ser mucho mayor, un macabro testimonio del alcance de su crueldad.
Condenadas a 40 años de prisión, el destino final de las hermanas González Valenzuela estuvo marcado por la enfermedad y la muerte tras las rejas. Solo María de Jesús logró salir en libertad, falleciendo años después, cerrando así uno de los capítulos más oscuros de la historia criminal mexicana. Sin embargo, el legado de Las Poquianchis persiste, no solo como un recordatorio de la barbarie humana, sino también como una llamada a la reflexión sobre la importancia de combatir la corrupción y la impunidad, factores que permitieron que este horror se perpetuara durante tanto tiempo. La historia de Las Poquianchis es una herida abierta en la memoria colectiva de México, una historia que nos obliga a recordar para no repetir.
Fuente: El Heraldo de México