
11 de septiembre de 2025 a las 04:45
Conductor a metros de la explosión en Iztapalapa
El estruendo resonó como un trueno desgarrando la noche. La tierra tembló bajo los pies de quienes transitaban cerca del Puente de la Concordia en la Calzada Ignacio Zaragoza. Una densa columna de fuego se alzó hacia el cielo, iluminando la tragedia con una luz macabra. La explosión de una pipa de gas LP, ocurrida la noche del 10 de septiembre, dejó una cicatriz imborrable en la memoria colectiva de Iztapalapa y de toda la Ciudad de México.
Las palabras de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, resonaron con la gravedad de la situación: tres vidas perdidas, un número que pesa como una losa sobre la conciencia. Setenta heridos, diecinueve de ellos luchando por su vida en los hospitales, se convierten en un recordatorio doloroso de la fragilidad de la existencia. Detrás de cada cifra, hay historias, familias destrozadas, sueños truncados.
Las redes sociales, convertidas en un improvisado diario de la tragedia, se inundaron de imágenes y videos que capturaron la crudeza del momento. El rugido del fuego, el pánico en los rostros de los testigos, los vehículos consumidos por las llamas, todo quedó registrado en una serie de fotogramas que dan cuenta de la magnitud del desastre.
Entre la avalancha de contenido digital, un video en particular ha generado una mezcla de asombro e indignación. En él, se observa a dos personas dentro de un vehículo, a una distancia relativamente segura de la explosión. Mientras uno de ellos exclama con incredulidad lo que está presenciando, el otro responde con una frase que ha resonado con fuerza en la conversación pública: "Qué bueno que no llegamos hasta allá carnal, nos hubiera tocado".
Esta declaración, aparentemente espontánea, abre un debate sobre la delgada línea entre el alivio por haber escapado de una tragedia y la empatía hacia las víctimas. ¿Es válido sentir gratitud por la propia fortuna en medio del sufrimiento ajeno? ¿Refleja una falta de sensibilidad la expresión de este sentimiento? La respuesta, sin duda, es compleja y da lugar a múltiples interpretaciones.
La tragedia de Iztapalapa nos confronta con la realidad de vivir en una metrópolis donde la vulnerabilidad acecha en cada esquina. Nos recuerda la importancia de la prevención, de la inversión en infraestructura segura y de la pronta respuesta ante emergencias. Pero también nos invita a reflexionar sobre nuestra propia humanidad, sobre la capacidad de conectar con el dolor del otro y de construir una sociedad más solidaria y resiliente.
Más allá de las cifras y las imágenes impactantes, queda la tarea de reconstruir, no solo los espacios físicos afectados, sino también el tejido social. Es necesario brindar apoyo a las familias de las víctimas, acompañar a los heridos en su proceso de recuperación y trabajar en la prevención de futuras tragedias. La memoria de este evento debe servir como un llamado a la acción, un impulso para construir una ciudad más segura y humana para todos. El camino hacia la sanación será largo, pero la solidaridad y la esperanza deben ser las brújulas que nos guíen.
Fuente: El Heraldo de México