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12 de septiembre de 2025 a las 02:35

Ángeles Azules en Iztapalapa

La angustia se respira en el aire, espesa y pesada como la nube de polvo que se alzó sobre el Puente de la Concordia aquel fatídico miércoles. 94 vidas marcadas por la tragedia, 8 luces apagadas para siempre, un recordatorio brutal de la fragilidad de la existencia. 19 personas han logrado regresar a casa, con las cicatrices físicas y emocionales aún frescas, intentando reconstruir la normalidad en un mundo que se les ha volcado de cabeza. Pero la lucha continúa para 67, aferrados a la vida en las camas de los hospitales, batallando contra el dolor y la incertidumbre. 22 de ellos se debaten entre la vida y la muerte, su pronóstico crítico mantiene en vilo a sus seres queridos, cada minuto una agonizante espera. Otros seis, en estado grave, luchan con tenacidad, aferrándose a la esperanza. Y 39 más, delicados, caminan por la cuerda floja, su futuro aún incierto.

Afuera de los hospitales, el tiempo parece haberse detenido. Familiares angustiados se congregan, sus rostros marcados por la preocupación y el desvelo. Intercambian palabras en voz baja, comparten café caliente y abrazos que intentan reconfortar. Escudriñan cada gesto, cada movimiento del personal médico, buscando una señal, una palabra que les devuelva la calma. La incertidumbre se convierte en una compañera indeseada, alimentando el miedo y la desesperanza. Las horas se convierten en días, y los días en una interminable espera.

Pero en medio de la tragedia, la solidaridad emerge como un faro de luz en la oscuridad. Vecinos, amigos, desconocidos, unidos por un lazo invisible de empatía, se acercan a ofrecer consuelo y apoyo. Un hombro donde llorar, una mano que sostener, una palabra de aliento. La comunidad se convierte en un refugio, un bálsamo para el alma. Se organizan colectas, se preparan alimentos, se ofrece acompañamiento. Pequeños gestos que se convierten en gigantescas muestras de humanidad.

La carpa instalada por la Zona Poniente de la Secretaría de Seguridad Ciudadana frente al Hospital General "Rubén Leñero" es un ejemplo de esta ola de solidaridad. Charolas de comida caliente, botellas de agua fresca, un respiro para quienes llevan días sin probar bocado, consumidos por la angustia. El aroma de la comida se mezcla con el olor a antiséptico, un contraste que refleja la dualidad del momento: la tragedia y la esperanza, el dolor y la solidaridad.

Más allá de las cifras, más allá de los reportes médicos, hay historias de vida que se entrelazan en este drama. Historias de lucha, de resistencia, de amor incondicional. Historias que nos recuerdan que incluso en los momentos más oscuros, la humanidad es capaz de brillar con luz propia. La ciudad, herida pero no vencida, se levanta una vez más, demostrando que la unión y la solidaridad son las armas más poderosas para enfrentar la adversidad. El camino hacia la recuperación será largo y arduo, pero no están solos. La ciudad entera camina a su lado, ofreciendo su apoyo y su esperanza en un futuro mejor. Un futuro donde la tragedia del Puente de la Concordia sea un recordatorio de la importancia de la prevención, de la seguridad y, sobre todo, de la inquebrantable fuerza del espíritu humano.

Fuente: El Heraldo de México