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11 de septiembre de 2025 a las 15:50
Abuela heroína: 10 minutos la separaban de la tragedia
El estruendo fue lo primero. Un rugido metálico que desgarró la tarde y que, en cuestión de segundos, se transformó en una ola de calor abrasador. Alicia, con su nieta de apenas dos años aferrada a su regazo, sintió el impacto como una bofetada de fuego. El habitual bullicio del paradero del Metro Santa Martha, en Iztapalapa, se convirtió en un coro de gritos desesperados. Diez minutos. Solo diez minutos faltaban para que Alicia terminara su turno como checadora de ruta en el CETRAM y pudiera regresar a casa. Diez minutos que se convirtieron en una eternidad. El puesto de dulces que con tanto esfuerzo había montado hace dos años, una pequeña fuente de ingresos extra que complementaba su trabajo, quedó reducido a cenizas. La imagen de su nieta, su rostro angelical manchado por el hollín, la impulsó a reaccionar. Con una fuerza sobrehumana, nacida del amor incondicional de una abuela, Alicia protegió a la pequeña con su propio cuerpo, convirtiéndose en un escudo humano contra las llamas implacables.
Rosa, hija de Alicia y madre de la pequeña, revive la angustia de esos momentos con cada latido de su corazón. La espera en las afueras del hospital Emiliano Zapata se siente como una tortura. Su madre, la mujer que siempre ha sido el pilar de la familia, lucha por su vida en la unidad de quemados de Magdalena de las Salinas. El 85% de su cuerpo cubierto por quemaduras, una dolorosa prueba del sacrificio que realizó. La voz se le quiebra al recordar cómo su madre, con ilusión, le contaba sobre su pequeño negocio de dulces, un sueño que le permitía contribuir al bienestar de la familia. Ahora, ese sueño se ha desvanecido en una nube de humo negro.
La tragedia ha dejado una profunda cicatriz en la comunidad de Iztapalapa. Cuatro vidas se han apagado, dejando un vacío irreparable. La pipa, cargada con casi 50 mil litros de combustible, se convirtió en una bomba de tiempo. El impacto contra el muro de contención del distribuidor vial La Concordia desató el infierno. Las llamas, voraces, se extendieron rápidamente, alcanzando el segundo piso del distribuidor y el paradero del Metro, atrapando a Alicia y a su nieta en su abrazo mortal. La empresa Transportadora Silza, propietaria del vehículo, está bajo la lupa de las autoridades, quienes investigan las causas del accidente.
Mientras tanto, la familia de Alicia se aferra a la esperanza. Sus hijas, con el corazón desgarrado, imploran a los médicos que hagan todo lo posible por salvarla. "No le tocaba estar ahí", repiten con desesperación, una frase que resume el sentimiento de injusticia que embarga a todos. La solidaridad de la comunidad se ha hecho presente, con cadenas de oración y muestras de apoyo para la familia. La historia de Alicia, la abuela que arriesgó su vida para salvar a su nieta, se ha convertido en un símbolo de amor incondicional y coraje en medio de la tragedia. Una historia que nos recuerda la fragilidad de la vida y la importancia de valorar cada instante.
Fuente: El Heraldo de México