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11 de septiembre de 2025 a las 09:15
365 días de resistencia
Un año después del secuestro de Ismael "El Mayo" Zambada, Sinaloa se desangra. Las cifras, frías y contundentes, pintan un panorama desolador: casi dos mil asesinatos, casi dos mil desaparecidos, miles de negocios clausurados y una economía en ruinas. Culiacán, otrora vibrante centro económico y social, se ha convertido en un pueblo fantasma, con miles de habitantes huyendo del terror. El secuestro de Zambada, orquestado con la injerencia de agencias de inteligencia estadounidenses, no fue un acto de justicia, sino una jugada geopolítica con consecuencias devastadoras.
La DEA, el ICE y el FBI, en su afán de desestabilizar el gobierno de AMLO, desataron una guerra sin cuartel entre los clanes que controlaban el narcotráfico en Sinaloa. El Mayo, figura clave en el equilibrio de poder dentro de este "capitalismo gore", como lo describe Sayak Valencia, fue retirado del tablero, dejando un vacío que se llenó de violencia y muerte. La intervención estadounidense no buscaba erradicar el narcotráfico, sino castigar a un presidente que se atrevió a desafiar su influencia. Los acuerdos previos con los cárteles desmienten cualquier discurso de justicia o lucha contra el crimen organizado.
Esta no es la primera vez que Estados Unidos utiliza tácticas similares para desestabilizar a México. Recordemos la operación "Rápido y Furioso", que inundó el país de armas y alimentó la violencia entre cárteles. Recordemos también la filtración de información que provocó la guerra entre Los Zetas y el Cártel del Golfo, o la masacre de Allende, orquestada desde las sombras por agentes de la DEA.
La historia se repite, con un patrón claro: intervención estadounidense, caos y muerte en México. Mientras tanto, en un acto de surrealismo político, el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, goza de una alta aprobación, ajeno al sufrimiento de su pueblo. ¿Cómo es posible que en medio de esta tragedia, la figura del gobernador se mantenga intacta? ¿A quién rinde cuentas realmente? La respuesta, como tantas otras en la historia de México, se pierde en la maraña de la corrupción y la impunidad. El pueblo sinaloense, abandonado a su suerte, paga el precio de las ambiciones geopolíticas y la indiferencia de sus gobernantes. La herida abierta por el secuestro de El Mayo sigue sangrando, y la cicatriz que dejará marcará a Sinaloa para siempre.
¿Qué futuro le espera a Sinaloa? ¿Cómo se reconstruye un estado devastado por la violencia y la corrupción? ¿Cuándo se hará justicia para las víctimas de esta guerra silenciosa? Estas son las preguntas que debemos hacernos, y exigir respuestas a quienes tienen el poder de cambiar el rumbo de esta tragedia. El silencio cómplice solo perpetúa el ciclo de violencia y sufrimiento. Es hora de alzar la voz y exigir un cambio real.
Fuente: El Heraldo de México