10 de septiembre de 2025 a las 22:05
Sobrevivió al ataque de la jauría
La pesadilla comenzó al caer la tarde. Greiber, un joven venezolano de tan solo 19 años, caminaba de regreso a casa tras una larga jornada de trabajo en los campos a las afueras de Bogotá. La ciudad, con su bullicio y promesa de un futuro mejor, quedaba lejos, perdida en la distancia. El silencio de la zona rural, usualmente reconfortante, se tornó siniestro en un instante. De la nada, como espectros emergiendo de la penumbra, una jauría de al menos nueve perros callejeros lo rodeó. Sin provocación, sin un ladrido de advertencia, se lanzaron sobre él. Greiber recuerda el terror paralizante, la sensación de estar atrapado en una vorágine de dientes y furia animal. Intentó defenderse, pero la superioridad numérica y la ferocidad del ataque lo superaron rápidamente. Cayó al suelo, convirtiéndose en una presa indefensa ante la brutalidad de la jauría.
Las mordidas, más de 250 según los médicos, desgarraron su piel, su carne, su esperanza. Cada una de ellas era un recordatorio cruel de su vulnerabilidad, un eco de la violencia que ya había marcado su vida con la pérdida de su madre en Venezuela. La oscuridad lo envolvió. Greiber se entregó a lo que creía era su destino, una muerte cruel y solitaria en un camino rural a miles de kilómetros de su hogar. En un acto de desesperación, se encomendó a Dios. "Señor, si es tu voluntad que yo muera en la boca de estos perros, aquí me entrego", murmuró con resignación, preparándose para el final. Y entonces, como un milagro inexplicable, el ataque cesó. Los perros, como si obedecieran a una fuerza invisible, se retiraron, dejándolo malherido, al borde de la muerte, pero vivo.
Las semanas siguientes fueron un borrón de dolor y lucha. Greiber permaneció en coma, su cuerpo luchando contra las graves heridas y la infección desatada por las mordidas. La batalla por su vida se libró en un hospital, lejos de su abuela, la mujer que lo había criado con amor y sacrificio tras la tragedia que los obligó a dejar Venezuela. La adversidad, una compañera constante en su joven vida, lo ponía a prueba una vez más. El precio de su supervivencia fue alto: la amputación de ambos brazos y orejas, marcas indelebles del horror vivido.
Pero Greiber, forjado en la adversidad, se negó a rendirse. Despertó del coma con un nuevo sentido de vida, una determinación inquebrantable de reconstruir su futuro, a pesar de las cicatrices físicas y emocionales. Su historia, un testimonio de resiliencia y esperanza, conmovió a la comunidad. Campañas de apoyo surgieron para ayudarlo en su rehabilitación, para brindarle la oportunidad de acceder a prótesis que le permitan recuperar parte de su independencia. La solidaridad de la gente, un bálsamo en medio del dolor, le recuerda que no está solo en esta nueva etapa de su vida.
Mientras Greiber lucha por recuperarse, las autoridades locales investigan las circunstancias del ataque. La jauría que casi le arrebata la vida ha sido resguardada, un paso necesario para proteger a la comunidad y evitar que otra tragedia similar se repita. El incidente ha generado temor entre los habitantes de la zona rural, que se preguntan cómo una manada de perros pudo llegar a ser tan agresiva. La respuesta, compleja y multifacética, requiere un análisis profundo de la problemática de los perros callejeros, la falta de control de la población canina y la necesidad de implementar programas de educación y concientización.
La historia de Greiber Berrío es un llamado a la reflexión, un recordatorio de la fragilidad de la vida y la importancia de la solidaridad. Es una historia de superación, de un joven migrante que, a pesar de las adversidades, se aferra a la esperanza y lucha por un futuro mejor. Su valentía, su fuerza interior, inspiran a quienes conocen su historia, demostrando que incluso en la oscuridad más profunda, es posible encontrar la luz.
Fuente: El Heraldo de México