Logo
NOTICIAS
play VIDEOS

Inicio > Noticias > Opinión

10 de septiembre de 2025 a las 09:35

Migrantes: Una historia sin fin

El polvo se pega a la memoria. Se incrusta en la piel, en los pulmones, en los sueños. Se convierte en la metáfora perfecta de un pasado que se resiste a ser olvidado. Un pasado de ausencias, de golpes, de silencios cómplices. La historia de A., como tantas otras, no es la de una heroína. Es la de una superviviente. No hay capa, no hay superpoderes, solo la fuerza bruta de la desesperación, la rabia contenida que explota en un acto de supervivencia. No es una elección, es una obligación. Es el instinto animal de quien se ve acorralado y lucha por respirar.

Las cicatrices, esas marcas indelebles en la piel, son el mapa de un territorio hostil. Cada una cuenta una historia de dolor, de miedo, de impotencia. Son el recordatorio constante de una batalla librada en la soledad más absoluta. Porque en estos pueblos polvorientos, el silencio es la moneda de cambio. Una moneda que compra la impunidad del agresor y condena a la víctima a un ostracismo perpetuo. Un silencio que se convierte en cómplice, en verdugo.

¿Qué queda entonces? La huida. El éxodo forzado de quienes buscan una vida digna, lejos de las garras del miedo. Dejan atrás el polvo, las casas, las familias, pero cargan con el peso invisible del trauma. Un equipaje pesado que los acompaña en cada paso, en cada respiro. Como Cristina, la chef que tuvo que cruzar la frontera en busca de oportunidades, en busca de un futuro que le fue negado en su propia tierra. Su historia, como la de A., nos recuerda que detrás de las cifras, de los titulares sensacionalistas, hay rostros, hay nombres, hay vidas rotas.

La migración, ese fenómeno complejo y multifacético, se convierte en la única salida para muchos. Huyendo de la violencia, de la pobreza, de la falta de oportunidades, buscan un refugio en tierras desconocidas. Un refugio que a menudo se convierte en un nuevo escenario de lucha, de discriminación, de incertidumbre. Pero la esperanza, esa llama tenue que se niega a apagarse, los impulsa a seguir adelante.

La música, a veces, es el único lenguaje capaz de expresar lo indecible. Las notas tristes de Pasatono, resonando en la Sala Nezahualcóyotl, nos transportan a esa Oaxaca profunda, a esa tierra de contrastes donde la alegría y la tristeza se entrelazan en una danza milenaria. Es la música del alma, la que llora y baila al mismo tiempo, la que evoca los olores y sabores de una tierra que se añora con el corazón encogido.

El libro de María Fernanda Ampuero, Sacrificios humanos, pone nombre a la tragedia. Las mujeres, especialmente las inmigrantes, son las víctimas propiciatorias de un sistema que las tritura, las convierte en carne de cañón. Son las olvidadas, las silenciadas, las que cargan con el peso del mundo sobre sus hombros.

La reflexión que surge en las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM es un rayo de luz en medio de la oscuridad. Reconocer el rostro humano detrás del drama, dar voz a los silenciados, es el primer paso para construir un futuro más justo, más equitativo. Es un llamado a la acción, a la solidaridad, a la empatía. Porque el polvo, aunque se pegue a la memoria, no puede borrar la esperanza.

Fuente: El Heraldo de México