
10 de septiembre de 2025 a las 19:35
Justicia adolescente: ¿Crimen o defensa propia?
La tragedia se cernía como una sombra alargada sobre el barrio La Paz, en el sector Variante de Tolima. Los murmullos preocupados de los vecinos, las puertas cerradas con cautela, el temor palpable en el aire… todo presagiaba un desenlace fatal. Y así fue. El pasado 8 de septiembre, la aparente tranquilidad de la comunidad se rompió con un grito desgarrador, seguido de un silencio aún más perturbador. Alexander Navarro, conocido en el barrio como "El Crema" o simplemente "Crema", había caído víctima de la violencia que él mismo sembraba a diario en su hogar. La ironía mordía con crueldad: el hombre que infundía terror, ahora yacía inerte, silenciado para siempre.
"El Crema" era un personaje conocido, o más bien, temido en La Paz. Su oficio de palero, un trabajo duro y honesto bajo el sol implacable, contrastaba brutalmente con la oscuridad que reinaba en su casa. Los vecinos sabían, comentaban en voz baja, que la esposa de Alexander sufría constantes maltratos. Los golpes, los gritos, las humillaciones, eran la banda sonora de una vida marcada por el miedo. La hija de ambos, una adolescente de apenas 15 años, crecía en ese ambiente tóxico, testigo silenciosa del sufrimiento de su madre. Un sufrimiento que, día tras día, la iba carcomiendo por dentro.
Ese fatídico 8 de septiembre, la rutina de violencia se repitió. "El Crema", movido por alguna de sus iras habituales, descargó su furia contra su esposa. Los gritos de la mujer resonaron en la casa, un eco desesperado que, esta vez, encontraría respuesta. No de los vecinos, que a menudo se mantenían al margen, paralizados por el temor. La respuesta vendría de donde menos se esperaba: de la hija adolescente, cansada del tormento, harta de ver a su madre convertida en un saco de boxeo.
En un acto de desesperación, la joven tomó un cuchillo de la cocina. No fue un acto planeado, sino un impulso irrefrenable, la explosión de años de angustia contenida. Con el corazón latiéndole a mil por hora, asestó una puñalada en la espalda de su padre. "El Crema", herido de muerte, logró salir a la calle, buscando auxilio en las mismas personas a las que había aterrorizado durante tanto tiempo. Se desplomó a la vista de todos, la sangre manchando el asfalto, un testimonio mudo de la tragedia que se había consumado.
Los vecinos, conmocionados, llamaron a la Policía Municipal. La espera se hizo eterna, cada minuto una daga clavada en la conciencia colectiva de un barrio que había permanecido en silencio durante demasiado tiempo. Media hora después, los uniformados llegaron al lugar de los hechos. La joven, con la mirada perdida en el vacío, se entregó sin oponer resistencia. Confesó el crimen con una voz apagada, la voz de quien ha llegado al límite de su resistencia. Su madre, con el rostro surcado por las lágrimas y las marcas de los golpes, corroboró la historia. Ambas fueron puestas a disposición del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), un destino incierto para dos vidas marcadas por la violencia.
Mientras tanto, "El Crema" era trasladado al Hospital Nelson Restrepo Martínez de Armero Guayabal, en un intento desesperado por salvarle la vida. De allí, fue remitido al Hospital San Juan de Dios de Honda, donde los médicos confirmaron lo inevitable: Alexander Navarro había fallecido. La noticia se extendió como la pólvora por el barrio La Paz. Una mezcla de alivio, tristeza e incredulidad se apoderó de los vecinos. El silencio que había reinado durante tanto tiempo, finalmente, se había roto. Pero a un precio demasiado alto. La tragedia de La Paz nos interpela a todos. Nos obliga a preguntarnos ¿cuántas veces miramos hacia otro lado ante la violencia? ¿Cuántas veces el miedo nos paraliza, impidiéndonos tender una mano a quien lo necesita? El caso de Alexander Navarro y su familia es un recordatorio doloroso de que el silencio cómplice también mata.
Fuente: El Heraldo de México