
10 de septiembre de 2025 a las 22:55
El amor del Papa León XIV: ¿Un grito en el vacío?
La escena es conmovedora. Bajo una lluvia incesante, miles de fieles se congregan en la Plaza de San Pedro, como un testimonio palpable de fe. Su presencia, un mar de paraguas multicolores bajo el cielo gris romano, es un eco del clamor silencioso de la humanidad que busca consuelo y esperanza. Allí, en medio de la multitud, la figura del Papa León XIV se alza como un faro en la tempestad. Sus palabras, cargadas de una profunda emotividad, resuenan en el corazón de cada uno de los presentes, tejiendo un hilo invisible de conexión entre la historia sagrada y la realidad cotidiana.
El Santo Padre nos invita a reflexionar sobre el grito de Jesús en la cruz, un grito que atraviesa los siglos y nos interpela directamente. No es el lamento derrotado de quien se sabe vencido, sino la expresión visceral de un amor sin límites, un amor que se entrega hasta la última gota, incluso en el abandono aparente. Es el grito del Hijo que se dirige al Padre, en una comunión inquebrantable, aun en medio del silencio desgarrador.
El Papa León XIV nos recuerda que el grito no es sinónimo de debilidad, sino una poderosa manifestación de nuestra humanidad. Es la voz que se alza en la oscuridad, la súplica que busca ser escuchada, la protesta ante la injusticia, el anhelo profundo de un mundo mejor. Es, en definitiva, la oración que brota del alma cuando las palabras ya no alcanzan para expresar el torrente de emociones que nos embarga.
¿Cuántas veces hemos callado nuestros propios gritos, asfixiándolos en lo más profundo de nuestro ser? ¿Cuántos dolores, cuántas frustraciones, cuántos miedos hemos ocultado bajo una máscara de aparente serenidad? El Papa nos exhorta a no reprimir nuestras emociones, a no avergonzarnos de nuestra vulnerabilidad. Nos invita a gritar nuestra esperanza, a dirigirla hacia el Padre, con la certeza de que Él siempre nos escucha, incluso en el silencio más profundo.
El grito de Jesús en la cruz se convierte así en un paradigma para nuestra propia vida. Es la invitación a vivir con autenticidad, a no ocultar nuestras heridas, a no temer al dolor, sino a abrazarlo como parte integral de nuestra experiencia humana. Es el llamado a confiar en la presencia constante del Padre, aun cuando todo parezca perdido, aun cuando el silencio nos envuelva en su manto de incertidumbre.
La lluvia continúa cayendo sobre la Plaza de San Pedro, pero las palabras del Papa León XIV han encendido una llama de esperanza en el corazón de los fieles. Un grito silencioso, un clamor de fe, se eleva hacia el cielo, un testimonio de la fuerza inquebrantable del espíritu humano que se aferra a la promesa de la redención. La escena, grabada en la memoria de todos los presentes, se convierte en un símbolo de la perseverancia, de la confianza en un amor que vence a la muerte, un amor que resuena en el grito de Jesús y en el eco de nuestras propias súplicas.
Fuente: El Heraldo de México