
10 de septiembre de 2025 a las 09:50
Domina nuevas habilidades
Adentrémonos en la fascinante y compleja obra de Peter Shaffer, Equus, una pieza teatral que ha desafiado las convenciones y provocado la reflexión desde su estreno en 1973. Su recorrido por los escenarios del mundo, incluyendo México, ha sido una constante reinvención, adaptándose a las sensibilidades de cada época y dejando una huella imborrable en la memoria colectiva. Desde la perspectiva de un espectador que ha seguido su trayectoria a lo largo de los años, podemos apreciar cómo Equus ha trascendido las barreras del tiempo y el espacio, resonando con nuevas generaciones y planteando interrogantes que siguen vigentes en la actualidad.
La puesta en escena mexicana de finales de los 80, con un joven Demián Bichir, marcó una época y despertó la curiosidad de muchos, aunque el acceso a la obra estuviera restringido a un público considerado "adulto" por su temática. Años más tarde, la audaz interpretación de Daniel Radcliffe en 2007 no solo liberó al actor de la sombra de Harry Potter, sino que también demostró el poder de Equus para conectar con una audiencia contemporánea. Estas distintas versiones, cada una con su propio sello, contribuyeron a la construcción de un mito alrededor de la obra, alimentando el deseo de experimentarla en vivo.
La adaptación cinematográfica de 1977, dirigida por Sydney Lumet, si bien no captura la esencia lírica de la obra, ofrece una perspectiva interesante sobre la interpretación de la época. La película, con un enfoque realista, centra la atención en el conflicto psicológico del joven protagonista, dejando de lado la dimensión poética y simbólica que enriquece la obra teatral. Sin embargo, sirve como punto de partida para comprender la complejidad del personaje y la problemática que Shaffer plantea.
La experiencia de presenciar Equus en el Teatro Milán, bajo la dirección de Miguel Septién, es reveladora. La magistral interpretación de José María de Tavira como el psiquiatra, junto a la desgarradora actuación de Emilio Schöning como el joven perturbado, nos sumerge en la profundidad de los personajes y en la tensión dramática que se desarrolla en escena. La obra cobra vida con una intensidad que conmueve y nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la locura, la represión y la búsqueda de la libertad.
La dirección de Septién logra insuflar una actualidad sorprendente a un texto que, en algunos aspectos, podría considerarse envejecido. La representación de la religión, la política y la ciencia como fuerzas autoritarias, aunque contextualizada en los años 70, resulta pertinente en nuestro tiempo. La obra nos interpela y nos obliga a cuestionar el papel de estas instituciones en la sociedad actual y su influencia en la construcción de la identidad individual.
La figura de Equus, el dios-caballo, se transforma en un símbolo de la liberación y la pasión, un anhelo de trascendencia que desafía las normas establecidas. En la oscuridad del teatro, desnudos ante la intensidad de la escena, nos enfrentamos a nuestras propias represiones y a la búsqueda de un sentido en un mundo que a menudo nos parece ajeno. Equus nos invita a un viaje introspectivo, a un cuestionamiento profundo de nuestros valores y a una reflexión sobre la compleja relación entre la razón y la pasión, la libertad y la represión. La obra, en su atemporalidad, sigue resonando con fuerza en el presente, recordándonos la importancia de la búsqueda de la verdad y la autenticidad en un mundo cada vez más complejo y fragmentado.
Fuente: El Heraldo de México