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10 de septiembre de 2025 a las 09:35

Doha en llamas: ¿Tercera Guerra Mundial?

La tensión en el aire es palpable, casi se puede masticar. El aroma a café árabe, habitual compañero de las mañanas en Doha, se ve opacado por un fantasma acre, un olor a pólvora que se aferra a la garganta. No es el olor de una celebración, de los fuegos artificiales que iluminan el cielo en las festividades, sino el eco amargo de una explosión que resuena mucho más allá de los muros derrumbados. Un ataque quirúrgico, fallido en su objetivo principal, pero devastador en sus consecuencias. La sombra de la guerra se extiende más allá de Gaza, alcanzando el corazón de la diplomacia, el oasis de Qatar.

Este no es un simple intercambio de fuego, es un jaque mate a la frágil estabilidad de la región. Un movimiento audaz, quizás temerario, que ha desatado una tormenta de condenas y ha puesto en jaque el delicado equilibrio de poder. Israel, en su intento por decapitar a Hamás, ha abierto una caja de Pandora cuyas consecuencias aún son impredecibles. El tablero geopolítico se ha resquebrajado, las piezas se tambalean y la incertidumbre se cierne sobre el futuro.

La elección de Qatar como escenario de este ataque no es casualidad. El pequeño emirato, con su creciente influencia en el mundo árabe y su papel crucial como mediador en el conflicto palestino-israelí, se ha convertido en un actor clave en el escenario internacional. Al golpear en Doha, Israel no solo desafía a Hamás, sino que lanza un mensaje directo a la comunidad internacional: ningún lugar es intocable.

La reacción de la comunidad internacional ha sido swift and furious. Desde la Liga Árabe hasta Turquía, pasando por Egipto y la propia Arabia Saudita, las voces de condena se alzan al unísono. Incluso Estados Unidos, tradicional aliado de Israel, ha expresado su desaprobación con una inusual firmeza. La Casa Blanca, en un intento por contener el incendio desatado por su aliado, se ha visto obligada a desmarcarse públicamente del ataque, subrayando su inutilidad y sus consecuencias negativas para la estabilidad regional. El silencio, en este caso, habría sido cómplice.

Pero más allá de las declaraciones oficiales, más allá del ruido mediático, lo que realmente importa es el impacto sobre el terreno. La muerte del hijo de Khalil al-Hayya, negociador de Hamás, y de otras víctimas colaterales, incluyendo un guardia qatarí, añade una capa de complejidad al conflicto. El ataque, lejos de debilitar a Hamás, podría fortalecer su narrativa de resistencia y victimización.

En este intrincado juego de ajedrez geopolítico, cada movimiento tiene consecuencias. Y el ataque en Doha ha demostrado que incluso las piezas más pequeñas pueden alterar el curso de la partida. Qatar, el árbitro del partido, se siente traicionado, atacado por el propio equipo que pretendía defender. La confianza se ha roto, el diálogo se dificulta y la posibilidad de una solución pacífica se aleja cada vez más.

La imagen de Doha, envuelta en humo y confusión, es un crudo recordatorio de la fragilidad de la paz. En un mundo donde las bombas no solo destruyen edificios, sino que también dinamitan equilibrios, la diplomacia se convierte en el único escudo posible. La pregunta es: ¿habrá alguien capaz de reconstruir los puentes rotos y evitar que la región se sumerja en un nuevo ciclo de violencia? El café de hoy, sin duda, deja un sabor amargo en el paladar. Un sabor a pólvora y a incertidumbre.

El último en salir, apague la luz. Que la oscuridad no nos alcance.

Fuente: El Heraldo de México