La tragedia se cernió sobre la tranquila colonia Lomas Altas de Padierna Sur en Tlalpan la noche del 7 de septiembre. Un diluvio, de esos que parecen descargar la furia del cielo, transformó las calles en ríos caudalosos y silenciosos, infiltrándose en los hogares y dejando tras de sí un rastro de devastación. Para doña Elizabeth, de 88 años, esta tormenta significó el fin de su vida. Atrapada en su humilde vivienda, ubicada por debajo del nivel de la calle, las aguas negras la envolvieron sin piedad, apagando su aliento para siempre.

La imagen que se dibuja en la mente es desoladora: una casa sencilla, convertida en una trampa mortal. El agua, oscura y turbia, ascendiendo rápidamente, impidiendo cualquier escape. Doña Elizabeth, en su avanzada edad, enfrentándose a la furia implacable de la naturaleza, sin poder hacer nada para salvarse. El terror que debió sentir en esos últimos momentos nos hiela la sangre.

Sus vecinos, testigos impotentes de la tragedia, no dudaron en intentar lo imposible. Con valor y desesperación, se armaron de cubetas, luchando contra la corriente en un intento desesperado por rescatar a doña Elizabeth. Imaginen la escena: la lluvia torrencial, la oscuridad de la noche, el agua subiendo sin cesar y un grupo de vecinos luchando contra la adversidad, con la esperanza de arrancarle una vida a la muerte. Lamentablemente, la fuerza del agua era abrumadora, sus esfuerzos fueron en vano.

La noticia de la muerte de doña Elizabeth ha conmocionado a la comunidad. Una vida apagada por la inclemencia del tiempo, un recordatorio brutal de la vulnerabilidad humana ante la naturaleza desatada. Más allá del dolor inmediato, la tragedia nos obliga a reflexionar sobre la precariedad de la infraestructura en algunas zonas de la ciudad y la necesidad de implementar medidas preventivas para evitar que estas situaciones se repitan. ¿Cuántos hogares más se encuentran en situaciones de riesgo similares? ¿Qué medidas se están tomando para proteger a los más vulnerables?

El caso de doña Elizabeth no es un hecho aislado. Las fuertes lluvias que azotaron la ciudad han dejado a su paso un panorama de inundaciones, casas dañadas y familias desplazadas. Es imperativo que las autoridades redoblen esfuerzos para garantizar la seguridad de los ciudadanos y fortalecer la infraestructura urbana para resistir los embates de la naturaleza. No podemos permitir que la lluvia, fuente de vida, se convierta en sinónimo de tragedia. La memoria de doña Elizabeth debe servir como un llamado a la acción, un recordatorio de que la prevención y la solidaridad son fundamentales para construir una ciudad más segura y resiliente. La pregunta que queda en el aire es: ¿estamos preparados para enfrentar los retos que nos plantea el cambio climático y la creciente intensidad de las lluvias? El futuro nos exige respuestas concretas y acciones inmediatas.