9 de septiembre de 2025 a las 18:55
¡Terror real, no película!
La noche caía sobre el condado de Penobscot, en Maine, pintando el cielo con tonos oscuros y misteriosos. El silencio rural, habitualmente interrumpido solo por el canto de los grillos, fue quebrado por un sonido escalofriante: un grito desgarrador que parecía provenir de una mujer en peligro. La llamada al 911 no se hizo esperar, relatando con urgencia la escena auditiva que helaba la sangre. De inmediato, se activó un operativo policial. La tensión era palpable mientras los oficiales se acercaban a las vías del tren, punto de referencia proporcionado por la persona que reportó el incidente. Cada crujido de las hojas secas bajo sus botas, cada lejano ulular del viento, aumentaba la sensación de que se acercaban a una escena potencialmente trágica.
Siguiendo la dirección del sonido, los agentes avanzaron con cautela, sus linternas cortando la oscuridad como sables. Los gritos se intensificaban a medida que se aproximaban a una granja, un oasis de luz en medio de la negrura. La puerta principal de la casa se convirtió en el punto de encuentro entre la autoridad y la posible tragedia. La pareja de granjeros que atendió el llamado policial se mostró sorprendida, ajena al drama que se desarrollaba a escasos metros de su hogar. Mientras los oficiales explicaban el motivo de su presencia, los gritos persistían, pareciendo emanar del establo, una construcción anexa a la vivienda principal.
La primera pregunta de los agentes, cargada de preocupación, fue si había alguna persona herida en la propiedad. La negación de los granjeros, acompañada de la afirmación de que solo ellos y sus animales habitaban el lugar, profundizó el misterio. Con una mezcla de desconcierto y curiosidad, los granjeros condujeron a los oficiales hacia el establo, mientras los gritos continuaban desgarrando la noche.
La tensión llegó a su punto máximo cuando los policías, preparados para una escena de violencia o dolor, abrieron la puerta del establo. La realidad, sin embargo, superó cualquier expectativa. No había una mujer en apuros, no había un agresor, solo Simón, una cabra enana nigeriana, "hablando" a todo pulmón. El sonido que emitía, sorprendentemente similar al grito de una mujer, había desencadenado toda la operación policial.
El alivio de los oficiales se mezcló con la incredulidad y, finalmente, con la risa. Devon Hawes, dueña de Simón, compartió la anécdota en Facebook, junto con un video del pequeño ruminante "gritando". La publicación se viralizó rápidamente, convirtiendo a Simón en una celebridad local.
El Departamento del Sheriff, con buen humor, también relató el incidente en sus redes sociales, destacando el giro inesperado de los acontecimientos. "No descubrieron a una persona angustiada, ¡sino a una cabra que parecía tener mucho que expresar!". El incidente, lejos de ser una tragedia, se convirtió en una anécdota divertida, un recordatorio de que a veces la realidad puede ser más extraña que la ficción.
En una entrevista posterior, el dueño de Simón explicó que el animal recibe todos los cuidados necesarios, pero que simplemente "tiene mucho que decir". Simón, la cabra gritona, se convirtió en un símbolo de la imprevisibilidad de la vida rural, un recordatorio de que incluso en la más profunda oscuridad, puede haber espacio para una buena carcajada. Y aunque sus gritos puedan ser alarmantes, en el fondo, solo son la expresión de una cabra con una personalidad… ruidosa. La historia de Simón nos recuerda que a veces, las apariencias engañan, y que la verdad, por más extraña que parezca, siempre sale a la luz, aunque sea a través de un grito de cabra.
Fuente: El Heraldo de México