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9 de septiembre de 2025 a las 10:11

El pueblo no se cansa, ¿o sí?

La frase resonaba con la fuerza de una promesa, una declaración de guerra contra la impunidad: "El pueblo se cansa de tanta pinche transa". En aquel febrero de 2019, la imagen de López Obrador, recién estrenado como presidente, se proyectaba con la firmeza de quien estaba dispuesto a limpiar la casa, a barrer con la corrupción que, como una plaga, se había enquistado en las instituciones. La escena, cuidadosamente construida en la mañanera, transmitía una sensación de esperanza, un anhelo de cambio que muchos mexicanos compartían. La promesa era sencilla, directa, y conectaba con la indignación popular.

Sin embargo, el tiempo, implacable juez de la historia, ha ido desgastando el brillo de aquella promesa. Los años han transcurrido y la lista de escándalos de corrupción, lejos de menguar, se ha engrosado. Nombres y casos se acumulan, conformando un pesado inventario de sospechas y acusaciones. Segalmex, "el clan", los "diezmos" de Texcoco, los depósitos de Alejandro Esquer, Cuauhtémoc Blanco, Omar Fayad, Ana Gabriela Guevara, Rocío Nahle, la "Casa Gris", los ventiladores de Bartlett, los sobres amarillos, la PROFECO… la lista parece interminable. Y ahora, el reciente caso de la red de huachicol fiscal en la Marina, esa institución que, irónicamente, fue encomendada al cuidado de los puertos precisamente para blindarlos contra la corrupción.

La paradoja es evidente, casi hiriente. El discurso anticorrupción, arma afilada contra opositores, jueces, periodistas y organismos autónomos, parece perder su filo cuando se trata de los propios. Las denuncias, que en otros tiempos habrían desatado tormentas políticas, se diluyen en una mezcla de justificaciones, descalificaciones y lealtades a prueba de balas. La superioridad moral, bandera enarbolada con fervor, se convierte en un escudo protector contra las críticas. "Nos atacan porque están perdiendo privilegios", "es una campaña de la derecha", "¡no estás solo!": las frases se repiten como un mantra, creando una atmósfera de asedio que cierra filas y neutraliza el impacto de los escándalos.

La pregunta, inevitable, flota en el aire: ¿cómo es posible que, ante la acumulación de casos de corrupción, el apoyo al gobierno no se vea significativamente afectado? ¿Cómo se explica esta aparente contradicción entre el discurso y la realidad? La respuesta, compleja y multifacética, requiere un análisis profundo de la coyuntura política, la polarización social y la capacidad de comunicación del gobierno. Pero, más allá de los análisis y las explicaciones, persiste una inquietante sensación de decepción, la amarga constatación de que la promesa de erradicar la corrupción se ha quedado, al menos hasta ahora, en eso: una promesa. Y el cansancio del pueblo, ese cansancio que se invocaba con tanta vehemencia, parece haberse transformado en una resignación silenciosa, un eco apagado de la indignación de antaño. ¿Hasta cuándo? ¿Realmente se ha perdido la esperanza de un cambio verdadero?

Fuente: El Heraldo de México